A España le sobra gente que se cree que sabe lo que hace y le falta gente que sabe lo que hace. También le sobra gente que esquiva responsabilidades y le faltan personas honradas que asumen los errores. Entre el importante pliego de problemas que atesoramos con relativo orgullo patrio, nos falta mejorar en el asunto de asumir responsabilidades y más cuando las responsabilidades asumidas sobrepasan con holgura las habilidades requeridas.
Porque para según qué, no hace falta ser un buen político, por ejemplo, conviene ser un experto en algo. Porque la carrera como experto del político dura, con suerte, 4 años, mientras que un técnico es experto mientras así lo decida. Está claro que los cargos públicos vienen acompañados de cargos de confianza con los que, en muchas ocasiones, cubrir cupos, devolver favores o rodearte de tu cuadrilla de amigachos.
Este tema no entiende ni de colores ni de ideología. Ni tampoco engloba a todo el mundo. Hay políticos que han entendido que lo mejor que pueden hacer con un tema de técnicos, es dejar trabajar a los técnicos. Sí, sé que es una obviedad, pero a día de hoy lo obvio es que el ministro de Justicia no es justo, el ministro de Innovación no innova y el ministro de Cultura… Pues eso.
La Tecnocracia, una forma de gobernar que elige sus representantes y funcionarios por los méritos demostrados y su preparación técnica, puede asustar ante la falta de empatía que puede tener un informe. Me explico. Un informe puede ser positivo o negativo. Se hace muy difícil que entre la empatía, la excepcionalidad de algunos casos o el sentido común que, a veces y solo a veces, impera sobre el sentido del deber. Ahí, en mi punto de vista, entraría el político, al que se le presupone una habilidad de ponerse en la piel del que tiene delante y entenderlo.
No te mentiré, no sé si soy partidario de este sistema porque en mi convicción está el hecho de que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Quiero decir que siempre habrá un no sé qué, que qué sé yo, que irá más allá de la lógica. Pero de ahí a la ilógica, hay demasiado.
No creo que la designación de un cargo te otorgue, automáticamente, una especie de super poderes que te convierta en un experto en algo que no es tu especialidad. Un alcalde, por poner un cargo, por ejemplo, no tiene el control en todas las áreas de su gobierno, no nace enseñado, de ahí que tenga que elegir bien el equipo que lo acompaña. Y es en ese equipo cuando a veces -demasiadas- los perfiles no están a la altura, ni para echarse la culpa unos a otros.
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