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Al presidente norteamericano con el pelo más naranja de todos los tiempos solo le falta nombrar al Joker y a Belcebú como asesores para completar un gobierno de autentico terror. El presidente condenado por abusos sexuales se ha rodeado de sionistas, antivacunas, negacionistas del cambio climático, personajes de extrema derecha y demás fauna magufa, conservadora y belicista. La mayoría son hombres blancos, cómo no, y todos son extremadamente ricos. El currante de la América mas profunda votando a un grupo de multimillonarios que le prometieron que eran antisistema y lo que ha conseguido es una plutocracia que flipas.

El filósofo Rousseau lo definiría así: «corrieron hacia sus cadenas creyendo que iban a encontrar la libertad». El típico caso de víctima defendiendo a su verdugo. Y llegar a ese punto no es fácil, no nacemos idiotas por naturaleza, hay todo un diseño complejo para conseguir que el explotado le lama el culo al explotador y lo vea como a un auténtico héroe. Y esto pasa tanto en el país con el consumo de fentanilo más alto del planeta, como en la vieja Europa, donde los populistas de extrema derecha, que van de chulitos y malotes, se están llevando todo el pescado a su cesta del odio soltando peroratas incendiarias basadas en las noticias que le ha creado su cuñado en un sótano donde huele a cerrado, a caspa y a testosterona muy rancia.

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No voy a hacer un sesudo ensayo sobre por qué lo nazi vuelva a estar de moda, por tres motivos: Uno, no tengo espacio en estos artículos para ello. Dos, no tengo conocimientos suficientes, ni siquiera me acerco, para hacer algo realmente serio, decir esto me honra y me saca de la tropa de licenciados en la Universidad de Instagram-Facebook y en el colegio politécnico de TikTok que opinan tanto de la guerra de Ucrania y de las riadas de Valencia, como de las criptomonedas o de la elaboración del queso de bola, ellos se miran unos tutoriales, o se leen unos cuantos tuits, de la red del mafioso de Elon y ya se lanzan a opinar cual expertos. Tres, han sacado la cerveza de la nevera y no le voy a dar tiempo a que se caliente.

Sea como fuere, y mientras seguimos investigando causas para evitar efectos, el caso es que vivimos tiempos malos para el diálogo, buenos para las soflamas incendiarias. Tiempos malos para el consenso democráticos, buenos para la imposición de dictaduras más o menos obvias. Tiempos malos para los ciudadanos con pensamiento crítico y buenos para los descerebrados que repiten eslóganes irracionalmente hirientes. Malos tiempos para la verdad, buenos tiempos para la difamación y los bulos. Malos tiempos para la Libertad, buenos tiempos para la falsa creencia de que libertad es poder elegir entre dos productos que comprar. Malos tiempos para la razón y el sosiego, buenos tiempos para el estrés y la locura. Malos tiempos para el silencio reflexivo, buenos tiempos para el ruido ensordecedor. Pero ojo, en los malos tiempos también hay buenos momentos, y yo me voy a compartir uno con esa cerveza de las que les hablé un párrafo más arriba. Lúpulo y feliz jueves.