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La política, idealmente, debería servir como puente entre los intereses individuales y el bienestar colectivo. Sin embargo hoy, la política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria. Y es que corremos riesgo de que los líderes, despojados de ética o principios, terminen manipulando a una sociedad que ha perdido el hábito de recordar. En España llevamos así desde el advenimiento de Zapatero hasta hoy.

En sociedades donde la memoria histórica es manipulada por el poder, o donde el poder se concentra en manos de unos pocos, la política se convierte en un juego de conveniencias; y sin la capacidad de recordar errores pasados o evaluar las decisiones presentes, la sociedad se expone a un ciclo de abusos.

Los filósofos Platón y Aristóteles. «La escuela de Atenas», de Rafael

Pensemos en líderes históricos que han aprovechado la desinformación para sostener su poder, como en la Alemania nazi de Adolf Hitler o la Rusia de Stalin. En ambos casos, el control de la información y la manipulación de la memoria colectiva permitieron que regímenes autoritarios florecieran. Si no existe una estructura social para recordar y analizar críticamente el pasado, los líderes sin escrúpulos pueden reinterpretarlo para sus propios fines, poniendo en riesgo la libertad, la convivencia, la unidad y el bienestar de los ciudadanos. Es lo que el actual gobierno de Pedro Sánchez pretende con la sectaria, nefasta y antidemocrática ley de memoria histórica, a la que la oposición, en ridículo complejo, apenas presta oposición y atención. No estoy comparando a Sánchez ni con Hitler ni con Stalin. Evitar bulos. Se trata del método.

NO OLVIDEMOS que la memoria colectiva, con mayúscula y no sectaria, no solo es un recurso cultural, sino una herramienta vital para mantener el poder en equilibrio. Como nos recuerda Arturo Perez Reverte: «Cuando el ciudadano es consciente de las lecciones del pasado, es menos vulnerable a las manipulaciones, y puede actuar con mayor responsabilidad»; y la cita de Mahatma Gandhi refuerza esta idea, dice el Nobel de la Paz: «Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados.» La participación ciudadana en las elecciones y en los debates públicos es fundamental para evitar que individuos sin ética ocupen puestos de poder; y de estos hay en todo el arco parlamentario español.

En sociedades con sistemas democráticos, el voto se convierte en una herramienta fundamental. La historia muestra ejemplos de votantes que, por desinformación o falta de interés, han apoyado a líderes irresponsables o populistas. En casos recientes, muchos analistas citan la polarización en las democracias occidentales como ejemplo del riesgo de una ciudadanía que no se informa a fondo. Cuando la memoria colectiva no se cultiva, las personas pueden caer en la tentación de soluciones fáciles y carismáticas, ignorando sus consecuencias a largo plazo. Este fenómeno debilita las instituciones y facilita la llegada al poder de figuras que erosionan el sistema desde dentro, como es nuestro caso, donde los enemigos de España marcan el paso al Gobierno.

Para mí, hoy más que nunca tiene validez la frase: «Qué época tan terrible esta, en la que unos idiotas gobiernan a unos ciegos», ya que significa una crítica feroz al deterioro del juicio colectivo y al auge de la incompetencia. Este pensamiento plantea una sociedad donde los ciudadanos se convierten en «ciegos» al no exigir la suficiente transparencia, competencia y ética de sus gobernantes. Este adormecimiento del discernimiento lleva a una especie de pacto tácito entre quienes gobiernan y quienes son gobernados, donde la mediocridad se normaliza y el ideal de un liderazgo responsable se diluye.

El ejemplo actual más paradigmático lo constituye el uso de redes sociales para difundir desinformación que promueva líderes populistas. Esta tendencia alimenta un ciclo peligroso: los «idiotas» llegan al poder, y una sociedad ciega, que ha perdido el criterio, permite que permanezcan en sus cargos. Este tipo de gobierno, erosiona el tejido social y hace que los ciudadanos pierdan la capacidad de confiar en sus instituciones, generando apatía y desinterés.

POR OTRA PARTE    vemos como en la actualidad, «las mentiras, el orgullo y la envidia« se han convertido en los tres elementos que destruyen al ser humano y nos señalan los peligrosos efectos de estas actitudes cuando se combinan con el poder. Las mentiras en política no solo engañan, sino que destruyen la confianza en las instituciones; el orgullo impide la autocrítica y la apertura a nuevas ideas, y la envidia fomenta divisiones y resentimientos que terminan minando la cohesión social.

Para evitar estos peligros, lo primero que debemos hacer es informarnos y fomentar un pensamiento crítico que nos permita distinguir a los líderes que actúan con ética de los que no. Esto solo se consigue con formación y educación exigente y de calidad. Lo segundo recordar que al votar o apoyar a un líder no estamos solo eligiendo a una persona, sino eligiendo un modelo de sociedad. Solo mediante una participación activa y consciente, donde no olvidemos las lecciones de la historia ni permitamos que el orgullo o la envidia nos dividan, lograremos una política verdaderamente responsable y beneficiosa para la sociedad.