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No voy a lamentarme en este artículo de la fosa séptica en la que vierten sus excrementos desde hace años periodistas vendidos y gobernantes beneficiarios de privilegios y chanchullos que, formando piña, nos vienen tomando el pelo, orinando en la cara y haciendo luego peinetas en nuestras narices mientras se descojonan: entiendo que en ambos casos no es nada personal: son negocios.

Me lamento, eso sí (y con no poco cabreo), por el penoso papel de la sociedad española, que, siendo toreada al natural y por chicuelinas día si, día también, traga con lo que le echen sin rechistar.

Algún lector de esta columna que se informa exclusivamente a través de los medios vendidos al gobierno es posible que ignore que el ejecutivo actual (imitando, cuando no superando con creces, a gobiernos anteriores) nos ha estado sisando a manos llenas, nos ha estado mintiendo de la manera más descarada y da por sentado que gobierna un país de subnormales que seguirán votándoles hagan lo que hagan, pues no les importa que les engañen mientras sean los suyos quien lo haga.

Gran parte de la basura que ahora aparece en los juzgados fué expuesta hace meses (y años en algún caso) por algunos periodistas honestos, que al no estar en nómina del gobierno (no pertenecen a RTVE, la SER, la sexta etc), fueron tachados de pseudo periodistas, de fachas, de ultraderechistas, de esparcidores de fango y bulos etc por todos estos otros colegas subvencionados y por una parte desconcertantemente amplia de la sociedad (siete millones de feligreses).

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Ahora que se demuestra que lo decían era cierto, callan (cuando no insisten patéticamente en negar o esconder lo evidente).

Desde mi punto de vista, tanto los periodistas vendidos como la ciudadanía que aplauden o permiten sin rechistar que se burlen descaradamente de ellos, son cómplices de que la fosa siga llenándose de cacas. Tanto la prensa prostituida como los votantes del actual PSOE (subrayo lo de ‘actual’) son responsables -por su sometimiento a la mentira- de que la señora Alegría, verbigracia, tenga los ovarios de decir (sin despeinarse) que lo de Delcy se debió a una parada técnica o que Bolaños, ante la petición de explicaciones acerca de las numerosas versiones sobre el mismo acontecimiento proclame su orgullo por pertenecer a un partido transparente que lucha contra la corrupción, se de media vuelta, y se pire al trote sin responder a la pregunta.

Hace demasiado tiempo que ningún responsable político se siente obligado a responder preguntas. Hace mucho que los periodistas a los que se les da turno para interrogar (los subvencionados) no repreguntan ni siquiera cuando es evidente que les acaban de hacer la cobra. Con la excusa de que la derecha es mala (cuestión en la que estoy de acuerdo, siempre que se reconozca que la izquierda también), la sociedad anestesiada ha permitido al partido en el gobierno (el antiguo PSOE no era tan descarado ni tan pernicioso) que se ría en su cara cada vez que le ha apetecido; que haga pasar por bueno lo que anoche le parecía fatal, que mantuviera el número de votos aunque mintiera continuamente, que sus bandazos les salieran gratis en definitiva.

No sé si la sociedad española que se informa en los mítines o en la tele (viene a ser lo mismo) se percata de que esta tolerancia extrema con la mentira abona el terreno para que futuros inquilinos de la Moncloa tomen nota y se sientan todopoderosos e inmunes. Lo que ahora hace gracia puede que mañana produzca rechinar dientes.

Es quizá hora de espabilar un poco, de enseñar la salida a quienes han usado nuestra carga fiscal confiscatoria (esto sí que no es magia) en enriquecerse, en ayudar a enriquecerse a sus familiares y amigos, a costear en algún caso los explayamientos libidinosos de algún macho poco agraciado por la naturaleza en su aspecto físico pero dotado por ella con buena dosis de testosterona, mientras su partido, perfectamente feminista, se proclama a favor de prohibir la prostitución.
Rogaría al personal que investigue en medios alternativos y conozca otras versiones distintas a las de Barceló o Inchaurrondo. Quizá quede sorprendido.