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He caminado por el Puerto, junto a un centenar de personas; dispuestas a moverse por las enfermedades mentales. Es un tema que siempre me ha interesado, desde cuando tenía siete    años y mi abuelo materno se suicidó tirándose al pozo donde una «sínia» giraba sin parar para sacar agua de dicho pozo. ¡Qué lástima! Seguro que si fuera hoy con una medicación adecuada, habría podido dejar atrás la fuerte depresión que sufría; tal como pude hacerlo yo a los cuarenta años. Antes a cualquier trastorno mental lo llamaban demencia senil, sobre todo si la persona era en verdad algo mayor.

Hay que reconocer que en este campo, la medicina ha avanzado bastante; aunque sigue habiendo suicidios. No todos piden ayuda médica a tiempo, supongo, o tal vez la medicación no era la que necesitaba. Hace setenta años de lo de mi abuelo, pero me marcó mucho y le sigo recordando como si acabara de suceder.

Era un día feliz para mí, me iba de excursión a Monte Toro, con mi colegio, era mi primera excursión; mi hermana Irene me acompañaba. Lo pasé de maravilla. Por la mañana me despedí de él, me dio dinero para que comprara caramelos y me besó. Recuerdo que siempre cuando se exaltaba solía decir: «En faré una»! Y ¡Vaya si la hizo! A media mañana el ruido provocado por su cuerpo al caer por el pozo asustó a mi madre que se encontraba sola en la casa; la pobre tardó mucho tiempo en reponerse del susto y del disgusto. La puerta del pozo estaba abierta, no cabía duda, no fue un accidente.

Cuando regresamos de la excursión, a mí me llevaron a casa de una vecina; mi madre quiso evitarme el velatorio, hasta el día siguiente no me dejaron ir a casa. No entendía qué pasaba, me dijeron que mi abuelo había muerto, pero se callaron el cómo. Ese fue sin duda mi primer gran golpe en la vida, nos queríamos mucho.