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Mi padre decía que no era monárquico, que era «juancarlista». Flipa. Mi padre decía que no era socialista, que era «felipista». Flipa un poco más. Mi padre decía que no era machista, pero que «si las mujeres querían ser iguales que los hombres, que se fueran a trabajar a la mina». Seguimos flipando. Mi padre decía que no era racista, pero si mi hermana hubiera tenido un novio negro no le hubiera hecho ninguna gracia. No paremos de flipar. Mi pobre padre decía que no tenía nada en contra de los «mariquitas», pero que no se les notara para no molestar a nadie. En este flipe continuo cojamos un poco de aire, que para eso voy a poner un punto y aparte, y pasemos al párrafo siguiente.

«Joder. Vaya padre que tenías, Cabezas». Pues que nadie se equivoque, porque resulta que Pepe era buena gente. Lo que pasa es que Pepe era un niño de posguerra, nació en 1939 en la España oscura, pobre y más profunda que una fosa abisal. Y de aquellos lodos de infancia, Pepe tuvo esos barros de adulto.

Sin embargo, a Pepe no le gustaba la violencia. Ni el sufrimiento ajeno. Ni que el poderoso maltratara al más débil. Ni que se explotara a la gente. Ni los malos modos, ni la falta de educación. A Pepe, por ejemplo, le hubiera enfadado mucho que una política populista y chulesca dejara morir a 7.291 personas ancianas en residencias públicas. Demasiado hizo Pepe con la cesta de su vida teniendo en cuenta los mimbres que se le dieron.

¿Pero saben, queridos lectores, con lo que flipo de verdad de la buena? Con los jóvenes de menos de 40 años que tienen un pensamiento más homófobo, más misógino, más xenófobo y más clasista que el que tuvo un niño de posguerra que nació hace más de ochenta años. Seguro, que en esta absurda espiral de gilipollez neoliberal y autodestrucción neonazi a Pepe, por el simple hecho de ejercer la empatía, hoy en día le tacharían de comunista.

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Pepe tuvo suerte de morir antes de ver como se le caían las caretas a sus referentes. Ese rey corrupto y antipatriota. Ese expresidente que es el correveidile de un millonario mejicano, que se avergonzó de ser socialista desde que nos metió en la OTAN y que está metido en más casos turbios que el mismísimo Al Capone. ¿Si a millones de Pepes se la colaron, qué garantía tenemos de que no nos la estén colando a nosotros? Ninguna. Los grandes medios de comunicación pueden crear héroes, o monstruos, manipulando toda verdad a la mayor gloria de sus dueños.

La inmigración hasta hace dos telediarios no era un gran problema, han bastado unos meses de manipulación mediática para que los creadores del reino de los cambios de opinión consigan encumbrarlo al primer puesto. Repetimos por enésima vez una obviedad: sin pensamiento crítico, compramos lo que ellos quieren y pensamos lo que ellos quieren.

Dicen que nos extinguimos sin remedio y seguramente sea cierto. Pero eso, lejos de llevarnos a la orilla de la resignación, nos debería espolear para pelear por un viaje mas justo para todos y, por qué no, también más divertido, si no, se va a hacer demasiado largo y penoso. Lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com