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El fútbol moderno padece de una deriva autoritaria que quizás habría que revisar. El hecho de que la libre expresión de los jugadores y entrenadores sobre la actuación arbitral esté completamente limitada es algo que no casa del todo con los valores europeos. Y no es que reclame aplicar la democracia al deporte.

En el juego, quizás porque no puede ser de otra manera, las protestas contra el árbitro, aunque se equivoque, están completamente penalizadas. También se limitan las expresiones políticas en los estadios, no se sabe muy bien por qué.

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El deporte rey mueve cantidades enormes de dinero y sus máximos dirigentes, muchos de los cuales han estado vinculados a casos de corrupción, están cómodos con esta atmósfera represiva y jerárquica que amordaza la protesta y la libertad.

La propuesta de Diego Pablo Simeone de castigar a los jugadores que ‘provocan’ a la afición sería otro paso más en la dirección despótica. Solo faltaría que un regate de Vinícius, un caño de Nico, una palomita de Stegen o una celebración de Griezmann pudieran ser considerados por los paletos ultras como una provocación.