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Cuando me preguntan por mis posos de lectura, me agito y respondo al modo clásico: Solo sé que nada sé y que he leído menos de lo que me convenía. Si bien la respuesta sobre mi dudosa cultura no parezca difícil, sí lo es acertar en lo que quise decir. Debería alegar que esos sedimentos, aderezados con algún que otro libro, los debo a la prensa escrita. Con los periódicos empecé a leer de crío, columnas deportivas firmadas por brillantes articulistas, cuando acompañaba a mi padre al casino Consey para ver la retransmisión futbolística; la tele aún tardaría en presidir nuestra casa. Los periódicos, entonces, me educaron gramaticalmente de algún modo, e invariablemente fueron los que me adiestraron en esbozar las primeras letras, pero esencialmente a leer, siguiendo el rastro del buen maestro recién recordado, respetado a la vez que asaz estimado, al que agradecido siempre vuelvo, don José María Florit.

Mi afecto por la prensa viene de lejos y mantiene ese punto de consideración por los escritores que    edulcoraban el camino de la lectura placentera, y a seguirlo,    aunque siempre a la intemperie, sin regazo sólido, y al socaire de mi    inconsciencia.    Al igual que los periódicos digitales, cuyos titulares me desvelan a diario, —Billy Wilder matizó: ¡Nadie lee el segundo párrafo...!—, también los de papel me envician, con sus crucigramas;    y    las esquelas… Cada día abro «Es Diari»por la última página...

PS.- Excluida la insistida fruta ácida de mi árbol prohibido, disculpadme, José, Juan, Toni, Nando, Jordi, Rafel, Ángel, Jesús, Carlos, Agustí, Tolo y Eugenio, por repetirme... ¿Sequedad otoñal?