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Explica el profesor Juan Antonio Giner cuál es el reportaje más leído en la historia de «The New York Times».

Ocho páginas en domingo, con el título «Morirse solo». El arranque en portada, puro lead: «Anoche, la policía derribó la puerta de un apartamento. Encontraron un cadáver que llevaba meses en descomposición». Un vecino alertó al observar que no cambiaba el coche de acera y cosechaba multas en el parabrisas. Era un hombre que vivía solo, sin familia, y muere solo. Los taxis amarillos seguían circulando.

En el Ayuntamiento dicen que es un hecho frecuente. «Y cuando cuentas una historia así se organiza una revolución. Los Watergate son historias ocultas. O volvemos a contar estas historias que toquen la fibra y hagan pensar o nadie pagará. Esto requiere tiempo. A un periodista dale más tiempo que dinero», subraya Giner.

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Esta lúcida narración me conduce, en los meandros de la memoria, a las clarividentes reflexiones de Gabriel García Márquez en Menorca, en aquel milagroso agosto de 1987. «Los periodistas que van con casette no piensan, es el aparato el que hace las preguntas y registran las respuestas sin ver cómo las dicen, que es lo importante», explicó el autor de «El amor en los tiempos del cólera».

De ahí que el buen periodismo son las crónicas y los relatos, siempre fuera de la Redacción, donde has observado la mirada y los gestos de los protagonistas, las historias humanas; los hechos vividos, que después describes en primera persona. Sucesos como el del vecino sin amigos que había fallecido en silencio, hace semanas, en el apartamento contiguo.

Así como en la novela del hijo del cartero de Aracata, Florentino Ariza espera 51 años, 9 meses y 4 días a Fermina Daza, el gran Gabo sabe que el periodismo es mucho más que una vocación. Se convierte en una plaga física y emocional, donde, en este oficio tan incomprendido, hay que perseverar para escribir el mejor reportaje.