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Menorca acaba de acoger el segundo encuentro de terraplanistas, un evento que promete ser desestacionalizador y que llenó el auditorio de Ferreries con más de doscientas personas, según los organizadores. La cita se anunciaba como un viaje a través de los siete chakras, de lo sutil a lo denso, de lo empírico a lo espiritual, y al final, música y degustación de productos típicos. Cada cual es libre de buscar sentido a su vida como mejor le parezca, la duda y el cuestionamiento de lo que nos rodea es algo inherente a la naturaleza humana. Desde que el mundo es mundo nos hemos preguntado cómo es este sitio que habitamos y qué hay más allá. Lo malo es cuando la investigación autodidacta se limita a YouTube sin filtro y los divulgadores se convierten en una especie de chamanes. No importa que matemáticos de la Antigüedad conocieran la esfericidad de la tierra, o que un sabio griego llamado Eratóstenes midiera su circunferencia antes de nuestra era cristiana, o que haya fotografías desde estaciones espaciales y satélites, y que miles de vuelos de aviones refuten el terraplanismo. Es difícil contradecir estas teorías porque sus seguidores desconfían del sistema y en general de todos, salvo de quienes validan su visión. Y cuando ya se mezcla lo espiritual es casi como enfrentarnos a una cuestión de fe.

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No es el encuentro en sí de quienes creen que la tierra es plana lo que sorprende, si no el notable aumento en estos últimos años de personas que buscan esa realidad alternativa; en la pandemia se vivió un momento cúspide y las autoridades tuvieron serios problemas para combatir estas corrientes y lograr la vacunación contra la covid. Tampoco ahí el debate era racional, no importa que millones de niños hayan dejado de padecer enfermedades mortales gracias a las vacunas o que nuestra esperanza de vida se haya elevado gracias a la ciencia, preocupaba más que nos introdujeran un chip para controlarnos mientras regalamos datos a diario por internet. No es sano vivir en la conspiranoia.