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Dicen quienes lo saben que el gato escaldado del agua tibia huye. A nosotros, ni aunque nos metieran en agua hirviendo en las calderas de Pedro Botero, nos escarmentaríamos. Estamos sufriendo aún los coletazos de la covid con repuntes preocupantes, pero hemos bajado la guardia y vamos por cualquier parte como Perico por su casa. Fíjense qué incongruencia, hablamos de virus como quien ve llover cuando solo oír ese nombre ya debería ser motivo más que justificado para tomar todas las medidas posibles. El último 27 de agosto murieron dos personas por el llamado virus del Nilo, en Coria del Río; ya habían muerto antes tres personas en Sevilla. Cinco muertes por un virus del que lo desconocemos casi todo. Lo que sí parece confirmado es que se propaga por un mosquito pero antes tengo prisa en decir que España contabiliza 54 casos de virus del Nilo. A mí no me ayuda a estar más tranquilo el hecho de que no se controle al personal que como enjambres humanos pululan por aeropuertos, estaciones de autobuses, estaciones de tren y estaciones navales. Los que se autoproclaman expertos dicen que respecto a este virus no hay por qué preocuparse, ojalá que tengan razón. Pero lo mismo decían de la llamada gripe española cuando ésta empezó y acabó causando 50 millones de víctimas (corría el año 1918). Bastante antes, allá por el 1348, una pandemia mató en un solo año a la mitad de la población europea. Tan mortífera fue que la gente creía que había llegado el fin del mundo. Así nos lo dejaron escrito los que escribían aquellos penosos acontecimientos.

Algunos fiados en sus vastos conocimientos, como Ian Lipkin, director del centro de infección e inmunidad de Colombia, ha dicho respecto a la covid: «Vamos a vivir el resto de nuestras vidas con este virus».

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Pero déjenme extrapolar un ejemplo: si cuando se declara un incendio en el monte, acto seguido estuvieran ahí los bomberos, seguramente lo apagarían sin otras consecuencias. Pero cuando caen los primeros chorros de agua sobre las llamas de estos incendios, suelen estar ya apoderados, convertidos en una antesala del infierno, infiernos que a veces solo se acaban cuando ya no queda mucho por quemar. Si fuera posible acudir nada más iniciarse, me atrevo a garantizar que no habría incendios en el monte. Con los virus pasa lo mismo. Ahora con el virus del Nilo, estamos al principio, cuando el mal es aún controlable, cuando aún no ha alcanzado la categoría de pandemia. Estar de brazos cruzados mientras se propaga es un solemne disparate.

¿Cómo llegan esos mosquitos a España? Los motivos pueden ser muy variados: el alto movimiento de personal, el comercio de productos agropecuarios, el material industrial de un país a otro y tampoco debemos echarlo a barato la migración estacional de millones de aves que como turistas alados van y vienen de la ceca a la meca. Una vez instaladas estas aves en pantanales, lagunas, estuarios y marjales, el mosquito encontrará unos ecosistemas muy favorables. En cualquier caso no deberíamos olvidar el alto precio pagado por la pandemia de la covid.