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Confieso que siempre me ha gustado el verano; por su luz, el bullicio de las gentes en las calles o playas. Es como convivir con las personas    de tu barrio. Aunque eso era mejor hace cincuenta o sesenta años, en que los vecinos acostumbraban a salir a la calle, a buscar el frescor de la noche, charlando los unos con los otros; contándose sus «cuitas»; eso sí era una buena terapia para las personas con problemas. No conocíamos el significado de la palabra ansiedad, tan de moda hoy día. Si se podían ayudar lo hacían sin esperar nada a cambio (hoy por ti, mañana por mí).

Como mucho conocíamos la demencia de algunos ancianos, y se empezaba a hablar de depresión, pero eran cosas muy puntuales, y con escaso tratamiento; por ello los suicidios sí estaban a la orden del día.

Ahora ya no aguanto el sol, procuro no salir hasta las siete de la tarde; los recados por la mañana temprano, si bien es verdad que da gusto ir al súper, por lo alto que tienen el aire acondicionado. Antes nos teníamos que conformar con un buen abanico, o un baño en el safareig el que tenía, claro. A la playa íbamos en bicicleta o a pie, a veces pernoctábamos, y levantarte y ver amanecer junto al mar era una verdadera maravilla.

Recuerdo con deleite una ocasión en que mi padre decidió que todos íbamos a pasar un par de días de vacaciones; preparo el carretón y ensillo nuestro caballo, «Castaño». Mis hermanos mayores nos siguieron en bicicleta, los demás fuimos en el carretón bien apretujados, junto a nuestros    víveres    y unas mantas para dormir, unos bañadores y toallas. No hacía falta más. Era casi noche cerrada cuando llegamos al pinar de Es Grau. Un baño y cena de sobrasada y queso con pan y algo de fruta. El suelo estaba un poco duro, pero valió la pena despertarnos escuchando tan solo el runrún    de las palomas y tórtolas... Y ver el mar... y bañarte... y... los dos días pasaron volando, pero siempre han formado de mis recuerdo más bonitos de mi infancia.

Ahora la gente se encierra en sus casas, con su aire acondicionado o ventiladores, mirando una caja que nos cuenta mentiras o cosas terribles; o hablando a través de su móvil, en lugar de socializar como antes.

¡Lo que se está perdiendo la juventud!