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La inteligencia artificial, esta tecnología que imita los procesos del discernimiento humano, está en todas partes. Sus aplicaciones van desde los asistentes virtuales en nuestros dispositivos móviles y las fórmulas de recomendación en plataformas de streaming, a la conducción autónoma y también el diagnóstico médico.

Al ser la IA una parte de la ciencia de la computación que utiliza algoritmos procesados por máquinas, carece de alma, corazón y vida. No existen las emociones, la naturaleza, ni los sentimientos en estos cálculos cuánticos, cuando lo que define la persona humana es su inteligencia emocional y natural.

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Somos interpelados con mensajes y advertencias tan sesudas y rotundas como que «la IA no te va a quitar el trabajo, pero alguien que sepa utilizarla, sí», «la IA se ha convertido en la ‘mejor amiga' de los ciberdelincuentes» y «los directivos y ejecutivos desconocen cómo funciona la IA, pero la utilizan en las empresas».

Surgen tantas preguntas que necesitamos respuestas. De ahí que el Foro Illa del Rei había previsto ofrecer, ayer tarde, las contestaciones y las soluciones de la catedrática de la UPC Karina Gibert; Santiago Barro, pionero de la IA en Menorca; Maria Bauzá, investigadora en DeepMid, y Antoni Febrer, consultor en márketing digital. No fue posible porque el Govern, a través de la dirección general de Emergencias, prohibió    los actos públicos al aire libre, orden de obligado cumplimiento y que afecta al conjunto de Balears.

El papa Francisco, en su mensaje al G7 el 14 de junio, sobre los retos, oportunidades y amenazas de la IA, afirmó que «ninguna máquina debería poner fin a la vida de un hombre», en la línea de pensamiento de la Iglesia católica, posicionada contra la pena de muerte. Antes, ya nos había pedido que evitemos «pretender llegar a ser como Dios sin Dios». La respuesta nuclear la hallaremos en el uso ético de la IA.