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Los de mi generación somos como viajeros desplazados por un nuevo territorio que ha cambiado radicalmente. En poco tiempo, mi generación ha transitado por las secuelas de una guerra civil, La llegada del hombre a la luna, la sed de libertad cuando el régimen agonizaba, la Guerra Fría, el esfuerzo colectivo por la democracia plasmado en una constitución socialmente avanzada, pero con un dibujo territorial vulnerable; el sueño de Europa progresando hacia la integración, la guerra de Irak, la crisis económica mundial, los crímenes del yihadismo, la incapacidad de gestionar los procesos migratorios, el avance de la insolidaridad, los nacionalismos y los populismos que venden recetas simples para problemas complejos adornadas con eslóganes de falsa seguridad.

Ni siquiera entendemos bien lo que sucede a nuestro alrededor: la comunidad internacional está quebrada, horizontal y verticalmente, entre los países y dentro de ellos. La desigualdad ha incrementado el número de desfavorecidos, pero también ha aislado a las clases dirigentes, a políticos empresarios, expertos y hasta filántropos, que se autodesignan para acometer fines sociales sin atajar las causas de los problemas. Creo que ni comprendemos el calado profundo del cambio, ni anticipamos las reacciones de una sociedad herida. Los de mi generación, la mayoría, apenas sabemos nada.