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Escribo esto en el día de San Cristóbal, patrón de los conductores. No sé si lo era o sigue siéndolo, todo dependerá de la devoción que cada uno le ponga, porque el santo siempre había sido copiloto del conductor educado, amable y respetuoso con las normas de tráfico. Hoy en día con los excesos de velocidad, el alcohol y otras sustancias peligrosas, creo que el santo se habrá apeado en más de una ocasión y se habrá quedado en el arcén haciendo autoestop. También es día tradicional sobre todo en la población que lleva su nombre y, cómo no, el guiso y degustación del caracol.

Yo lo lamento, pero jamás me han gustado, su carne para mí es insípida y la gracia dicen está    en la salsa que los acompaña y realza. Yo los caracoles solo los he utilizado para pescar con caña, iba en su busca    a pleno sol y estaban prendidos en las resecas matas. Eran cebo apetitoso para esparralls, doncellas y variadas, con lo cual la pesca estaba asegurada. Luego aparecieron los cebos estrella michelin como los mejillones, gambas, navajas y sobre todo los gusanos y, claro, al paladar de los peces le ocurrió lo mismo que nos ocurre a nosotros, que cuando probamos más calidad, dejamos a un lado lo otro. Ahora que ya he dejado la pesca y me tropiezo con algunos caracoles, imagino biznietos de los míos, me dedico a su contemplación tan lenta como ellos mismos y me pregunto si su vivienda estará legalizada. De lo contrario me temo que volverán a la cazuela.