Infanta, 99. La puerta de entrada, doble y abatible, por la que también se sale, no da vueltas sobre eje alguno, y usualmente permanece abierta. Convengamos que artistas, según el diccionario de uso práctico, son las personas que, dotadas de la habilidad necesaria, cultivan algunas de las bellas artes ante el auditorio, que ellos a la vez amplían; y a los que volveremos.
A Pepi y Paco, quienes a diario con su sonrisa de bienvenida abren su Bar, que es además de confesonario, círculo de reunión y de diálogo, creo que no les preocupan tanto las teorías como las personas –mujeres, hombres y mediopensionistas– que los visitan, que además de cercanos son parroquianos, asimismo leales, no necesariamente clientes de cada día, de los que conocen sus nombres o sus alias, cuando los apellidos pululan en la duda.
No indispensable, dicho conocimiento, porque los escuchan a todos con empatía, cuando advierten su pesar y hasta un punto de soledad, que allí se diluyen entre sorbos de un café con leche que siempre tonifica. Porque en definitiva son almas cordiales, parecidas las unas a las otras, que obviamente tienen pesares y problemas corrientes, como los suyos, como los nuestros…
El «Bar Infanta» no abraza misterios y sí escenas cotidianas participadas en ese ‘Café de artistas', donde además arraiga la alegría que contagia la inmensa coral áurea y su conjunto orquestal, que cuando toca anima los corazones…