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Mucha gente parece convencida de que no hay mal que por bien no venga, y dada la antigüedad de esta sentencia, con versiones en casi todos los idiomas, este convencimiento no es cosa de ahora. Sin embargo, he de admitir que yo nunca he visto claro qué es lo bueno de lo malo, y no solo porque, viceversa, implica lo malo de lo bueno (más obvio desde que el depravado Marqués de Sade escribió Justine o los infortunios de la virtud), sino porque nunca consigo percibir esos supuestos bienes que brotan del mal. De hecho, las disquisiciones y discusiones acerca de lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno son mucho más antiguas que el refrán mencionado, y no pocos filósofos y sabios desde antes de Sócrates dedicaron su vida a estudiar este vidrioso asunto, que es como un monstruo roedor enquistado en el cogollo mismo de la moral, así como a intentar determinar cuánto mal es aceptable a cambio de algún bien futuro, y cuándo no conviene hacer el bien en evitación de males mayores. En realidad, ahora que caigo, se trata del problema intelectual por excelencia, naturalmente irresoluble, por lo que la solución es que allá cada cual con su dilema.

El capitalismo y demás religiones, a la pregunta de cuánto mal nos podemos permitir a cambio de un bien superior, suelen responder que todo el que haga falta, y a la segunda pregunta de cuándo conviene evitar el bien y la razón para no cagarla, que siempre. Así que ese embrollo ético que ni los grandes sabios ni yo vemos claro, lo tienen clarísimo nuestros dirigentes, lo exhiben sin complejos los políticos (el mal como progenitor de bienes es la base de cualquier campaña electoral), constituye el credo de los llamados hombres de acción y, según el refranero, lo entiende y acepta casi todo el mundo. Como lo de que el fin justifica los medios. Mal hecho, desde luego, porque si hay un villano especialmente detestable, es el cargado de buenas intenciones. Lo hice por vuestro bien, suelen repetir. En realidad, por muchas vueltas que le des, no hay forma de establecer reglas y parámetros con lo bueno de lo malo y la malo de lo bueno, aunque sí sesgos. Sesgos, los que quieras. Y refranes, claro está. Hasta la IA se alimenta de ellos.