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Mientras se dilata el eternizado enredo sobre la reforma de los tramos pendientes de la carretera general, las vías interurbanas de la Isla están despachando serias advertencias transformadas en accidentes con víctimas mortales en las últimas semanas.

La aparente calma en la siniestralidad viaria de Menorca, en comparación con el resto del Archipiélago, ha saltado por los aires en los últimos nueve meses. Desde septiembre de 2023 hasta el día de hoy se han producido tres siniestros irreparables con el fallecimiento de dos motoristas y un conductor de automóvil, este último en el cruce de la ‘general’ de Talatí Vell, y los otros dos en carreteras secundarias pero muy transitadas en esta época del año, la de Maó a Fornells y la de Maó a Cala en Porter.

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En una sola semana se han producido dos muertes sobre el asfalto. Quizás sea una coincidencia fatídica, pero en ningún caso debería considerarse como un hecho aislado. La temporada más densa del estío no ha podido comenzar con peores expectativas para los tres meses que nos aguardan. Es oportuno recordar ahora que la fortuna, en muchas ocasiones, y los dispositivos de seguridad que equipan los vehículos modernos han salvado decenas de vidas en accidentes especialmente graves que han ocurrido y ocurren año tras año en esta época.

Aún y así, las carreteras menorquinas se han cobrado 20 víctimas desde el año 2012, una cifra menor en relación a Mallorca o Eivissa, pero que supone una media de casi dos fallecimientos al año.

La red viaria insular permanece descompensada al aumento de la población flotante que llega a la Isla de mayo a octubre. Por las mismas carreteras de hace veinte años circulan el triple de automóviles, lo que ofrece una relación dispar que se agudiza en los meses de mayor saturación. Hay una obligación y dos posibles soluciones: la prudencia innegociable, por un lado, y por otro limitar el número de vehículos o ampliar las carreteras más transitadas, que a medio y largo plazo, acabará siendo inevitable.