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En más de una ocasión he reflexionado sobre el impacto de los principios de Goebbels en la ideología nazi. Hoy sus principios siguen gozando de influencia perversa en la propaganda política de la nueva izquierda, surgida tras la caída del Muro de Berlín. En España su puesta en práctica la inició Zapatero, pero quien la consolida y la hace manual de acción e instrucción es Pedro Sánchez, que ha sido capaz, en cinco años, de transformar el PSOE de la Transición en un nuevo socialismo, hoy calificado como «sanchismo».

No olvidemos que Joseph Goebbels fue el maestro de la propaganda nazi y que Pedro Sánchez ha adaptado sus principios al quehacer político de la España actual. Tal hecho puede resumirse en dos acciones: la primera es la de la simplificación de situaciones complejas; como ejemplo tenemos el blanqueamiento de Bildu y el borrado de los delitos del golpe de Estado en Cataluña; la segunda, consiste en la identificación de un enemigo único; en este caso el enemigo está identificado con lo que el «sanchismo y sus mamporreros» de gobierno y coalición tildan a Vox y al PP, es decir, todo lo que no sea «sanchismo» es «ultraderecha», «derecha extrema», «fascismo» y «franquismo».

Goebbels y Gramsci.   Foto: ineartamerica.com y danielsecomb.com

La praxis de esta política es bien sencilla y demoledora, ya que no requiere ningún tipo de reflexión ni de demostración. Basta con fabricar tuits, breves y fáciles de digerir, mediante eslóganes, para señalar a sus adversarios que previamente han sido seleccionados e identificados como tales. El efecto perverso de tal estrategia se demuestra en que no solo polariza la vida política, sino que además sirve para insertar el miedo a los que son tildados de antidemócratas, a la vez que fomenta el odio de los seguidores del «sanchismo» hacía todo lo que no sea comulgar con el discurso oficial y propagandístico, fabricado por la maquinaria de la Moncloa. Esta y no otra es la auténtica maquinaria del fango creada por Pedro Sánchez para embarrar la vida política en España.

Toda esta práctica política puesta en marcha por el «sanchismo», y el esparcimiento del barro producido por la maquinaria del fango de la Moncloa, se refleja en cada una de las comparecencias e intervenciones públicas de los Ministros de su gobierno y de sus aliados, cada vez que tiene que referirse a sus adversarios políticos. Por si ello fuera poco, encuentran un reflejo impagable, con repetición constante de sus mensajes, en los medios de comunicación, principalmente públicos, y en algunos de los «mercenarios de opinión» que han sido previamente adoctrinados a base de privilegios, cuando no de prebendas económicas, pagadas a través de seudas tertulias revestidas de plurales.

Es de esta forma como el mensaje y la narrativa fabricada desde la Moncloa sirve para controlar a la opinión pública y desviar, cuando les interesa, la atención pública hacia nuevos temas. El caso actual más paradigmático, lo tenemos en todo lo que rodea a la presunta corrupción de Begoña Gómez y al hermano del mismísimo Presidente del Gobierno. Para ello se utiliza el eficaz método de acusar al adversario de lo que a ellos directamente les afecta. Lo hemos comprobado en el caso de la pareja de Isabel Díaz Ayuso, que ha sido presentado, cuando menos, como un delincuente común y un estafador de la hacienda pública.

Paralelamente a esa estrategia, el «sanchismo» ha entendido a la perfección que la teoría política desarrollada por el filósofo italiano Antonio Gramsci le sirve como herramienta infalible para dar una auténtica batalla de deformación histórica y utilizar la cultura como arma de descalificación a todos sus adversarios. Es así como se impone un nuevo relato de la historia y se apropia de una nueva cultura, la cultura oficial, para dominar a la gran masa y mantenerse en el poder.

Lo que hace muy bien la izquierda, mientras la derecha sigue sesteando y en babia, es moldear la moral pública y la cultura a sus estrictos intereses, sin importarles ni la verdad histórica, ni las contradicciones que de tal acción política se derivan. Basta observar que hoy, en nuestra querida España, la izquierda consigue llevar adelante su proyecto con la imposición de la Ley de Memoria Historia y Democrática; con la Ley del solo sí es sí; La Ley de Amnistía; y por supuesto con la infiltración de militancia, autoproclamada «progresista», en la mayoría de instituciones culturales y educativas, para imponer el pasado y así consolidar el presente y planificar un futuro sin oposición o, en el mejor de los casos, con una oposición insignificante.

A todo este colectivo de militancia propagandística y de infiltración Gramsci los llama «intelectuales orgánicos», que actúan como auténticas legiones articulando un mensaje común y sin posibilidad de réplica para trasmitirlo desde la más temprana edad no solo en las instituciones culturales sino también educativas, controlando unas y otras.

Frente a todo ello, solo hay dos opciones; el de la comodidad y aceptación de que no tenemos nada que hacer, o la del conflicto, que consiste en dar la batalla cultural, ética y moral, frente a este relativismo rampante impuesto por el «sanchismo». En este caso yo me inclino por el conflicto de las ideas con base democrática. No lo olvidemos, nuestro presidente, el Sr. Sánchez, ha sintetizado de forma brillante los principios de Goebbels con la filosofía de Gramsci.