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La semana que viene la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, va a recibir al presidente de Argentina, Javier Milei, para otorgarle una condecoración. La noticia provoca a partes iguales risa e indignación. Risa por lo ridículo del mundo de la política e indignación por todo lo demás. Porque, en términos históricos, ¿quién es Milei? ¿Qué ha hecho para merecer condecoración alguna en ningún sitio? Es un espontáneo de la política que ha alcanzado el poder en su país el 10 de diciembre. Es decir, lleva apenas seis meses de mandato, lo que a todas luces significa la nada más absoluta. No ha tenido tiempo ni de lograr nada ni siquiera de lo contrario.

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Entonces, ¿a qué viene el viajecito y la medallita? Lo de siempre, a tocar las narices. Porque Ayuso es un peón más –algunos creen incluso que es el «cerebro» detrás de la maquinaria basurera de su partido– en el engranaje que ahora llaman fango en el que chapotean quienes nos gobiernan, de uno y otro bando. Milei, que no parece muy listo, se presta a la pantomima con tal de joderle un rato a Pedro Sánchez, con el que ya ha tenido alguna trifulquilla. Cosa de egos inflamados. Todo ello muy lamentable.

Y lo que debería hacer la ciudadanía en la próxima oportunidad es inundar las urnas con votos en blanco o bien ejercer el sanísimo deporte de la abstención. Para demostrar la mierda que son todos ellos. Porque creo yo que Madrid, y no digamos España o Argentina, tiene problemas urgentes que resolver. Y más allá de la millonada que nos regala Europa para tapar agujeros, de algún modo habría que ponerles remedio. Pero no, ellos solo miran lo suyo, su propia carrera, chafarle la carrera al opositor y seguir trepando. Y por supuesto, llenarse los bolsillos.