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Residiendo en Perú, visité Arequipa y, desde allí, el Valle del Colca; quien de madrugada me acompañaba me lo había advertido: es cierto que en el Valle viven muchos cóndores y allá realizan anchos vuelos circulares, al alba es la mejor hora, pero no es cierto que cada día a esta hora pasen cóndores volando, hay que probar suerte. Pero hubo suerte, y un cóndor pasó, hasta tres. Inolvidable, el espectáculo. No extraña que se le tenga como patrimonio natural y cultural de los Andes.

Anida en cavidades rocosas a mucha altura, pesa unos 12 kilos, puede vivir hasta 70 años, puede recorrer 300 kilómetros en un día. Tiene sus patas grises y el iris, marrón amarillento; viste como una bufanda de plumas blancas alrededor del cuello. Y aun siendo tan hermoso el cóndor, es ave carroñera, y sus ojos avizores, ubicados en los extremos de la cabeza, localizan presto la presa a ingerir y pueden tragar hasta 5 kilos de carne; caza mejor por vista que por olfato.

Los Andes me trasladaron a nuestra Serra de Tramuntana y el cóndor carroñero, a nuestro voltor negre rapinyaire. Unas y otras aves ejercitan un oficio precioso: procuran a los humanos tanto la hermosura en las alturas como la limpieza en las hondonadas; unas y otras son expertas danzarinas en los montes y barrenderas profesionales en los valles.