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Las cosas y sustancias pringosas, ya sean materiales o inmateriales, no sólo se caracterizan por su desagradable aspecto grasiento, viscoso y mucilaginoso, sino sobre todo por su cualidad de pringar, ensuciar y adherirse a cualquier cosa que se les aproxime o les roce, sea un dedo, la boca y hasta los ojos, si es que están mirando esa porquería pringosa. Es decir, por su capacidad de transmisión y contagio, que en eso consiste lo pringoso. Mejor no lo toquen, ni siquiera con un palito. Basta verlo para que se te quede pegado, y luego cuesta mucho sacarse el pringue de encima. Naturalmente, nos estamos refiriendo a cosas pringosas en sí, puro pringue, no a las que también pueden usarse para untar algo, como un tomate o un chorro de aceite de oliva. La diferencia es fácil de percibir, ya que el asco, una emoción violenta de rechazo producida por nuestro sistema límbico, está estrechamente relacionada con lo realmente pringoso, y no reacciona contra un tomate.

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El asco es una excelente brújula natural para detectar cosas pringosas, materiales o inmateriales, y yo me guío siempre por él en caso de duda estética o moral; a diferencia de otras emociones mucho más traicioneras, que nos suelen llevar a lugares infectos, el asco no engaña jamás. Aunque no sepas qué es, sustancia, idea o persona, si da mucho asco por algo será. Mi asco es como mi ángel de la guarda, que aunque no resplandece nada y es algo camorrista, me ha salvado muchas veces de convertirme en un pringado. Ya saben, uno de esos individuos que por inadvertencia o por simpleza, y por tocar cosas pringosas (pantallas, por ejemplo, el mundo digital es altamente pringoso), acaban pringados de pies a cabeza. Y a partir de ahí, además de pringados se vuelven pringosos. No soportan ninguna alegría, prefieren refunfuñar, quejarse y ser desgraciados a pierna suelta. Si fueran felices diez minutos, se sentirían fatal. Sí, ya hemos dicho que hay cosas inmateriales muy pringosas, que al ser intangibles, no te enteras de que te están embadurnando. Hasta que pasa lo que pasa. ¿Y cómo defenderse de tanta mugre pringosa, ya material o mental? Fácil. Por medio del asco, como iba diciendo. Nunca falla. Fíense de él.