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Esta semana que he estado de vacaciones, he disfrutado observando a mis nietos de cuatro y cinco años que residen en Inglaterra. Han pasado unos días con nosotros con su madre, y he podido percatarme de lo que es una educación sin pantallas, en donde los momentos de aburrimiento hay que apelar a la imaginación y sobre todo he podido observar el grado de inteligencia emocional de los mismos; todo ello, habilidades que no se enseñan en la escuela y que provienen del ambiente más cercano, de la familia.

En su caso ambos hablan en inglés entre ellos y su madre y entienden perfectamente el español que es el idioma que utiliza su padre con ellos y que en la actualidad utilizamos nosotros y que a su vez también conoce la madre (medio inglesa-holandesa).

El problema puede surgir en el momento que quieran venir a Menorca a residir, algo no descartable, pues se les obligará a una escolarización obligatoria en catalán, en detrimento de su idioma materno actualmente creciente en nuestras islas (inglés) y el español, común a todos en España, y que entienden, y el menorquín de su familia insular.

Tras una conversación con mi nuera inglesa interesada en el homeschooling o aquella posibilidad de que los hijos puedan ser escolarizados dentro del entorno familiar, en el hogar, un movimiento que está regulado en algunos países, pero no, que yo sepa en España, me ha hecho pensar sobre de dónde venimos y dónde estamos con nuestra, diríamos, educación obligatoria estatalizada que no pública. Pues tan pública es la concertada como la impartida por funcionarios, un sistema educativo herencia del anterior régimen, aún transferido a las comunidades autónomas (CCAA) (grave error en su día, pues ahonda en lo que nos diferencia, no en lo que nos une) en la que nuestros hijos son educados según las directrices ministeriales o de las diferentes consellerías de las CCAA, pero sin una libertad de elección, y aunque el artículo 27.1 de la Constitución establece que «se reconoce la libertad de enseñanza» la realidad no es así.

Y todo esto viene a cuento de la falta de libertad que tienen nuestros propios ciudadanos provenientes de otras regiones o de Balears que quieren educar a sus hijos en el idioma de nuestro país.

Al escribir este artículo me ha venido en mente una anécdota que me contaron de la familia de mi padre, parte de sus hermanos aprendieron a leer entre otros conocimientos durante la guerra, en su domicilio, pues el Gobierno de la República en Menorca no les dejaba ir a la escuela al ser hijos de un desafecto a la República; mi abuelo fue ajusticiado en el barco prisión «Atlante» (Mateo Seguí Carreras, 18 de noviembre 1936, 50 asesinados, 22 religiosos).

Así podríamos decir, que dando un salto histórico, los tataranietos volverían a necesitar la escuela familiar para poder aprender los tres idiomas, la lengua regional, el español de su país y el inglés del mundo mundial.

A donde hemos llegado.