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A veces me pasan cosas increíbles; cuando algo o alguien me interesa mucho, el hecho de desear que pase algo hace que acabe ocurriendo justo aquello a lo que le había dado tantas vueltas. Una amiga me solía decir esto es brujería. Para demostrarlo voy a contar varias anécdotas que me han pasado a lo largo de mis 76 inviernos (porque yo nací en pleno invierno).

Una vez con 9 años, participé en un concurso que hacía Fotos Dolfo; los de mi edad recordaran que estaba en la calle de las Moreras. Para mí, que vivía en el campo, ese comercio tan moderno, llevaba poco tiempo abierto, era algo sublime. Las niñas de mi edad no tenían una cámara en esa época, así que me esmeré en contestar las preguntas que hacían, lo mejor que pude. ¡Quería una cámara! Pase varios días pensando en lo mucho que deseaba ganar. Yo no sé si es que hubo pocos participantes, si fue brujería... o un milagro.

El caso es que yo gané la cámara. Me hinche haciendo fotos, hasta a mis ovejas, a mis campos, a mis amigas y familia. Esa cámara, una Kodak, me duró media vida. Las primeras fotos de mis hijos están hechas con ella. Hasta que en un traslado se me perdió, y no conseguí recuperarla. Qué dolor tan grande, era como si hubiera perdido a un ser querido. Con el tiempo llegaron las cámaras digitales, y más tarde los móviles con cámara incorporada; sigo haciendo fotos, pero no es lo mismo, aquella cámara era especial, había «nacido» solo para mí. Pero sigo intentando compensar a la periodista frustrada que hay en mí. Alguna foto y un poco de escritura me dan vidilla.

Otra cosa importante pasó, en una época muy dura para mí. Necesitaba trabajar con urgencia, así que cogí lo primero que me salió. Fue en el aeropuerto, como limpiadora; yo siempre había trabajado como dependienta... pero las circunstancias mandan; así es que comencé en turno de mañana, a la siguiente semana de tarde y para acabar también hice noche, ¡Qué largas me resultaban! Llegó Navidad y el trabajo aumentó, mucha gente que llegaba o salía; y como en el bar/restaurante que había estaban excasos de personal, pidieron a mis jefes que yo les ayudara. Nunca había despachado en un bar, así que me destinaron a vaciar y cargar de nuevo los lavaplatos. Era horrible, las bandejas de vasos pesaban tanto que me destrocé la espalda. Uno de mis hijos me comentó que había cogido 1.000 pesetas de lotería en el super que trabajaba, recuerdo que me enfadé, con la falta que nos hacía el dinero... Pero ya estaba hecho; así que me puse a soñar con todo lo que haríamos si nos tocaba. Con tanta fuerza pensaba, que nos tocó un «pellizco», creo que era de la segunda; no era mucho pero pude «tapar agujeros» y él se compró su primera barca. ¡Qué alivio!

Y como mi columna tiene un límite de espacio, voy a terminar, otro día seguiré con mis historias casuales.