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La Fira del Camp de Alaior ha puesto de manifiesto un año más el manual de supervivencia que ejecutan con moderado entusiasmo payeses y payesas de la Isla para mantener activas las explotaciones agrícolas y ganaderas en las que se desempeñan a diario.

El fin de semana de marzo es su cita más esperada. Se concentran en el Polígono Industrial de la localidad alaiorense para que puedan ofrecer parte de su producción y una muestra del trabajo que realizan con su ganado vacuno al que pasean con indisimulado orgullo en el concurso morfológico. Hasta consiguen que las vacas parezcan un animal estéticamente atractivo.

Cualquiera admite el mérito de ejercer esta esforzada profesión que, en buena parte, conserva la esencia de antaño cuando Menorca era otra cosa y el campo, su auténtica fortaleza, por mucho que la maquinaria haya evolucionado para auxiliar en sus cometidos.

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Todas las movilizaciones reivindicativas de los payeses de un tiempo a esta parte tienen justificación porque su esfuerzo para sostener el sector primario no se ve acompañado de medidas que faciliten su continuidad y nutran el relevo generacional.

La madona de Son Arret, Soraya Bosch, ha difundido esta semana una ejemplo palmario de lo que supone una administración farragosa que en lugar de simplificar la burocracia la complica todavía más convirtiendo la tramitación de los permisos en una auténtica reválida.

La relación de documentos que obliga elGovern a rellenar y cumplir a esta payesa para legalizar la ampliación de su cabaña porcina solo puede provocar irritación y desánimo, tanto es así que ha desistido de hacerlo. El trámite todavía resulta aún más embarazoso    cuando se trata de acudir a las subvenciones y líneas de ayuda.

Ya está bien que agricultores y ganaderos sufran la crisis del sector y las políticas agrarias de la Unión Europea, del Gobierno y de la comunidad autónoma como para que, encima, les exijan decenas de papeles cada vez que mueven una piedra, con una dedicación y un tiempo del que no disponen.