La falsa dulzura de la alcachofa
Las alcachofas todavía están en su mejor momento, por lo que no conviene escatimarlas sino abusar de ellas mientras estemos a tiempo. La felicidad en este mundo no dura, y ya habrá tiempo de comer otra cosa cuando se acaben. De momento, hay que aprender a mirarlas antes de meterlas en la bolsa de la compra, porque se trata de una belleza muy hermética y encerrada en sí misma, como no podía ser menos en la flor de una cardo. ¡La flor de un cardo! Nunca se elogia suficiente el valor estético de lo inesperado. Una buena alcachofa es algo enormemente serio, y complicada de preparar, por lo que no puedes zampártela así como así. Requiere su tiempo, sus preámbulos. Nada de frivolidades. Alice B. Toklas, compañera, cocinera (sus pastelillos de marihuana eran célebres en París) y amante de la famosa escritora Gertrude Stein, aseguraba en La autobiografía de Alice B. Toklas que las alcachofas aumentaban la severidad intelectual de Gertrude, y su espíritu crítico. No me extraña, es lo que cabe esperar de la flor de un cardo. De moralidad intachable, por cierto. Además, contienen cinarina, un compuesto bioquímico que inhibe los receptores del gusto, engañándolos, de modo que cualquier cosa que tomes parece dulce. Falsa dulzura, naturalmente.
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