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La fotografía suavemente dorada por la luz se acompaña de las inevitables pero amables sombras del entorno e induce a imaginar el inicio de un camino que, como el estreno de la vida, se vislumbra todavía acogedor; si bien, por la imagen, parezca infinito o, mejor aún, incierto. Pero aquí el pensamiento vacila, pues, pese a ese andar inequívoco de la pequeña Zènia, en ese incipiente paseo hacia un alejado y mudable e ilusionado futuro que es la vida, siempre habría que contar con la suerte o ese encadenamiento de sucesos, considerado como fortuito o casual, que pueden ocurrir para bien o para mal de las personas y sus tejidos, salud incluida... ¿La suerte?

Algunos la ponderan más que el talento, no sé qué pensar... Ciertas personas de mi entorno no creen en ella; por mi parte, y por si acaso, me adhiero al ‘sentidiño’ de los galaicos cuando dicen: ‹‹Eu non creo nas meigas [o sorte…] mais habelas, hainas›› En todo caso, como siempre, llegarán las mareas que sabiamente profetizó un anónimo soberano de la antigua y quién sabe si confuciana China, esto es, que en el flujo de los días aparecerán olas y momentos de tristeza, pero también surgirán otros instantes y olas de alegría; en líneas generales, maticemos, puede que sean más prontamente detectables aquéllas que éstas. Las segundas, como cabe suponer y más aún desear, deberían servirle de estímulo y esperanza. Buen camino o suerte en el camino...