Se ha dicho muchas veces, yo mismo lo digo a menudo, que en toda narración hacen falta un imbécil y un malvado para que avance y progrese, pues sin esos elementos también las pelis y las series se estancan, se quedan en el nudo, aburren a las ovejas y jamás llegan al desenlace. Incluso se entiende que el imbécil y el malvado son meros recursos narrativos, sin que ello quiera decir que no existen en la realidad. Siendo así, en ocasiones y si la trama es consistente, se puede prescindir del malvado, pero jamás del imbécil, que cuanto más imbécil sea, más ritmo cogerá la ficción. Porque las narraciones (y los célebres relatos en política) son ficciones, y para que una ficción sea de verdad y no ficticia, exige un idiota que la impulse, genere situaciones dramáticas y mantenga la tensión narrativa. Mejor si también hay un malvado, que puede ser el mismo, pero es factible construir una ficción verdadera (las falsas no valen la pena) añadiendo ese idiota a cualquier argumento, siempre que sea un idiota muy activo y persistente. Sin él no hay ficción ni narración que valga, pero aquí hay que decir que si los imbéciles son muchos y los malvados multitud, la trama se embarrulla y se enreda hasta volverse ininteligible, los giros de guion proliferan sin sentido, las mentiras se adueñan de la narración como si fuesen discursos del Gobierno o de la oposición, y como suele pasar hoy en día con las narraciones (literarias, cinematográficas o políticas), el resultado final es una porquería efímera, de la que no queda rastro al día siguiente.
Oraciones
Ficciones de verdad
03/03/24 4:00
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