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El mundo de la farándula (en el que incluyes a la política y a los políticos) está poblado por infinidad de personas cuya misión en la vida es, frecuentemente, la de haceros reír. Su gracejo nace generalmente de algunas de sus frases absurdas que, sin decoro ni recato ni prudencia, lanzan al patio de butacas nacional. Dos ejemplos –crees– serán, en este sentido, suficientes:

1º.-«En Madrid estará permitido todo lo que no esté prohibido» (Esperanza Aguirre dixit). ¡Pues vale! ¡Os quedáis, así, una vez clarificada la jurisprudencia madrileña, como mucho más tranquilos!

2º.- «Estamos manejando el dinero público y el dinero público no es de nadie». Tajante y lúcida afirmación de una mujer llamada Carmen Calvo que llegó a la Vicepresidencia de la Nación… ¡Y uno que creía que el citado dinero público era del Tío Gilito! ¡Manda huevos! ¡U ovarios!

No obstante, hay otras paridas mentales que no tienen gracia alguna y que producen auténtico terror. Vas a reproducir ahora algunas de ellas y a proponerle, al respecto, un juego. Intente adivinar quién es el autor de las siguientes frases. Lo tiene fácil. No se preocupe. Seguro que acierta… ¿Preparado? A saber:

A.- «Un político nunca carece de argumentos para romper sus promesas».

B.- «Quien desea éxito constante debe cambiar su conducta con los tiempos».

C.- «La promesa dada fue una necesidad del pasado; la palabra rota es una necesidad del presente».

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¿Ya? ¿Lo tiene ya? ¿No? Por si hay todavía algún rezagado, añadirás algunas «reflexiones» más. Proceden del    mismo hombre…

D.- «El que engaña encontrará siempre a quien se deje engañar».

E.- «Cuando se hace daño a otro es necesario hacérselo de tal manera que a éste le sea imposible vengarse».

F.- «La política no tiene relación con la moral»…

¿Lo sabe? ¡Natural! ¡Era evidente! Escriba ahora su nombre en los márgenes de este diario. ¡Veamos! ¡Error relativo! Estas citas pertenecen no a quien usted creía, sino    a Nicolás Maquiavelo, pensador entrecomillado de los siglos XV y XVI, autor de «El príncipe» y de aquello tan manido como nefasto de que «el fin justifica los medios», lema de rabiosísima actualidad. ¿No le parece? De ahí su relativa confusión… Usted    equiparó al maestro    con su más aplicado alumno    a pesar de los cinco siglos que los separan… Daremos su respuesta por válida…

2 El propio Maquiavelo describió/auguró perfectamente, quinientos años antes, y aún sin saberlo, a su leal seguidor contemporáneo: «Cuando veáis al servidor (ponga aquí el nombre del político    en el que usted había pensado) preocuparse más por sus propios intereses que por los vuestros, y que interiormente busca sus propios beneficios en todas las cosas, ese hombre nunca será un buen sirviente, ni jamás podréis confiar en él».

Y, sin embargo, tras recordar que no todo lo legal es ético, ni todo lo ético legal, desoyendo a Maquiavelo y a su actual discípulo predilecto, sigues modestamente optando por la moral en cualquier acción de gobierno. Porque si se prescinde de ella se escoge el camino más recto hacia el abismo, la arbitrariedad y la injusticia. Un camino que imposibilitaría alcanzar la bella utopía que en su día describiera el guionista americano Bertram Milhauser: «Los viejos tiempos de la codicia y el ansia pasan a la Historia. Empezamos a pensar en lo que debemos a los demás y no en lo que estamos obligados a darles. Llegará el momento en que no seremos capaces de llenar nuestros estómagos mientras otros pasen hambre, en que no podremos dormir calientes    si otros tiemblan en la intemperie y en que no nos arrodillaremos ante lujosos altares a agradecer a Dios sus bendiciones mientras en cualquier lugar queden hombres de rodillas sometidos física y espiritualmente».

A la postre un hombre no es una nación, ni mucho menos un universo… No lo fue Maquiavelo. Tampoco lo es él. En quien usted pensó. Aunque él –iteras el pronombre– se lo crea, obviando la irremediable y molesta fugacidad del poder y de la vanidad, en detrimento del bien común de tantos. De demasiados…