El pleno de Madrid reprobó a Ortega Smith y a este le importa «un rebledo». ¿Y qué esperaban? ¿Qué dijera me equivoqué, pido perdón al señor Rubiño por mi lamentable actuación y, por descontado, este suceso no volverá a suceder jamás porque me he dado cuenta que la violencia gratuita trae más violencia y lejos de mí incitar a la población a que cometan actos repudiables y que pongan en riesgo la convivencia general? Ya me dirán qué sentido tiene reprocharle su actitud si con ello no se consigue nada.
Ortega seguirá dando muestras de chulería para deleite de una masa contaminada por sus abyectas actuaciones. De eso se trata: provocar ruido para que no se olviden de uno. Y, en el fondo, es muy humano porque, tal vez, el bueno de Ortega está falto de un fuerte abrazo que le reconforte y le ofrezcan palabras de ánimo que le endulcen el carácter y no le hagan sentirse cada vez más alejado de la fauna humana. De todos modos, y pese a visionar el vídeo unas cuantas veces, y también por mi miopía latente, no veo una clara agresión, como así lo manifiestan los medios, de Ortega Smith al otro. Entiendo una agresión si, por ejemplo, le da un botellazo en la cabeza, pero no que de un efectista revés lance la botella por los suelos. Un mal gesto, violento y repudiable, evidentemente, vinculado a cierta ira propia de alguien que a lo largo de su vida no ha favorecido su crecimiento personal y no sabe cómo exteriorizar adecuadamente sus fobias. Con que lo de los abrazos no estaría mal. Había una santa mujer por el Matadero antiguo que repartía abrazos a diestro y siniestro. Pese a las apariencias, a Ortega Smith no le vendría mal un buen abrazote de esos que le congratule con la humanidad y que le permita llorar a moco tendido. Uno de esos sollozos que reconfortan el alma más casquivana y le hacen creer de nuevo en el prójimo.