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Trastear y probar las nuevas inteligencias artificiales que salen al mercado se ha convertido en una nueva afición para mí. Me generan curiosidad e interés, pero también cierto grado de ansiedad, por lo del ¿dónde vamos a parar? Me consuela el hecho de que esta sensación es ampliamente compartida.
El investigador de la Universidad de Oxford Carl Benedict Frey publicó en 2013 que el 47 % de los empleos de entonces eran susceptibles de ser reemplazados por una máquina o por inteligencia artificial en los próximos diez años. No obstante, hasta ahora no ha ocurrido y Frey señala que no serán tecnologías como ChatGPT las que puedan sustituir esos puestos de trabajo. La tesis actual es que, en lugar de reemplazar puestos de trabajo íntegros, las inteligencias artificiales harán tareas sueltas o partes de una secuencia de un empleo. Con el 30 % de trabajo que se calcula que se ahorra, o bien tendremos más tiempo libre o bien podremos dedicarnos a otras funciones.

La IA clasifica información en patrones y con estos datos ofrece soluciones predictivas, mientras que la IA generativa es capaz de hacer trabajos no rutinarios y no predibles así como crear algo nuevo y original a partir de la información que se le suministra. ChatGPT puede escribir para nosotros, pero lo que hace no es más que un refrito que, encima, hay que repasar porque puede contener falsedades. Y en ámbitos como la creatividad, el pensamiento crítico o la gestión de las emociones, la IA generativa tiene mucho margen de mejora.

Sin embargo, la IA es mucho más que ChatGPT, y todas las empresas han evaluado ya –o deberían haberlo hecho a estas alturas– las herramientas de IA de su ámbito e incorporado las que les aportan más valor. Existen a día de hoy aplicaciones para escribir o mejorar todo tipo de textos, de optimización del SEO, de traducción automática, de creación de vídeos e imágenes, asistentes de voz, herramientas para transcribir y procesar datos, para crear automatizaciones y organizar tareas… Para ciertas cosas son infinitamente mejores que nosotros –son mucho más rápidas y no se equivocan–, por lo que sería un error no aprovecharlo. Eso sí, hay que ir con cuidado porque, aunque una aplicación no es cara, la acumulación de suscripciones se nos puede ir de las manos.

Como ciudadana, tengo sentimientos encontrados: tengo la percepción de que estamos vigilados, de que la privacidad no existe y que confronta dilemas éticos de difícil solución, pese a la reciente ley europea que regula la inteligencia artificial. Pero también veo de forma clara que la IA ofrece grandes oportunidades y, además, es imparable. Por ello es tan interesante que el Cercle d'Economia haya organizado por segundo año la Trobada Ecosistema Balear d'IA. De buen seguro que no será la última.