Empachado de política y campañas electorales, lamento la muerte de Ibáñez. Ustedes me dirán: ¿Y a mí qué? Pero si les digo que se trata del creador de Mortadelo y Filemón, agentes de la T.I.A., la cosa cambia.
Por afinidad, me gustaba Rompetechos, que no veía ni torta. Era una risa sana y sanadora, la de aquella infancia sin móviles ni influencers donde se procuraba sortear la censura a base de inteligencia y creatividad. Igual que el Tintín de Hergé o Astérix y Obélix de Uderzo y Goscinny, esos personajes habitan mundos imaginarios y han sido dibujados para nuestro deleite y solaz. Somos un poco todos ellos, pues reflejan características universales utilizando el sentido del humor, que es uno de nuestros sentidos más graciosos.
Si nuestro ilustre dibujante siguiese al pie del cañón, se inventaría una historieta hilarante para explicar a los niños y niñas las recientes elecciones en España, donde un partido puede ganar y perder al mismo tiempo. Mortadelo, disfrazado de marmota, diría que en la oscuridad todos los gatos son pardos, pero que simplificar demasiado suele complicar las cosas. Filemón, enfurruñado, abogaría por una temporadita larga de moderación y diálogo; mientras, Rompetechos, agarrado a una farola, exclamaría sorprendido: «desde aquí no veo al conductor del autobús». Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio, se tomarían unas cañas con El Botones Sacarino para olvidar tanta crispación insana. Gracias, maestro.