Sin alternancia no hay democracia. Cuando se niega dicha posibilidad, sea del signo que sea, deslegitimando al adversario, tenemos un régimen totalitario. Hay que respetar la decisión de los votantes siempre que se ajuste a la ley, propia de todo sistema democrático. Si alguien miente o gobierna mal, el veredicto está en las urnas. Deberíamos recordar que los votos son siempre prestados. Igual que te los dan, te los pueden quitar. Por eso no hay que endiosarse.
Pedro Sánchez se hizo con el control del PSOE gracias a las primarias. Depuró y radicalizó el partido, aliándose con Pablo Iglesias. Su planteamiento era sencillo: todo lo que no fuera votarlo a él, pasaba a ser extrema derecha. Sus alianzas eran una suma de intereses separatistas y antisistema. Querían sustituir el régimen del 78 o constitucional sin explicarlo claramente, amenazando con la pérdida de derechos para movilizar a los autodenominados progresistas.
Pero Sánchez no nos concede derechos graciosamente, como un rey absoluto que dijera: el Estado soy yo. El bochorno del Fiscal General del Estado y su amiga Dolores Delgado iría en esa dirección. Nuestros derechos están recogidos en la Constitución y son iguales para todos. Cuando otorgamos un derecho nuevo, solemos hacerlo a un grupo y eso suele ir en detrimento de otros. Se convierte en privilegio y en compra de votos a cambio de favores. Los beneficiarios aplauden al amado líder con las orejas.