Escribo esta columna mientras espero en un aeropuerto a que mi vuelo retrasado, de momento hora y media, salga en algún momento. Debía haber despegado a las 20 horas, en un trayecto de 30 minutos, pero sé que no estaré en mi casa antes de la medianoche. No es nada nuevo; la falta de puntualidad ha empeorado en los últimos meses y los insulares somos secuestrados en terminales sin compasión ni compensación. Mi vuelo de vuelta anterior se retrasó 1 hora y 55 minutos, el tiempo justo para empezar un embarque simulado, insuflarnos cierta esperanza y no tener que gratificarnos, ni siquiera, con un bocata. Pero la ilusión se esfumó tan rápido como llegó. Nos tuvieron de pie en cola ignorada otro largo rato, rozando el límite para que no pudiéramos reclamar el derecho de atención. Una estrategia perfecta.
Insulares secuestrados
07/04/23 4:00
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