En 1946 se instaló en la Catedral de Menorca un reloj, fabricado artesanalmente por don Mateo Bosch, entonces Vicario General de la diócesis, que, después de más de setenta y cinco años, todavía sigue funcionando marcando las horas. El reloj tiene dos caras, una exterior y otra interior. En la cara interior el Obispo Pascual hizo poner una sola palabra: «VIGILATE», velad. (Mt 24, 42) que recoge el Evangelio de este primer domingo de Adviento. También hoy san Pablo nos dice: «Sed conscientes del momento que vivimos. Basta de dormir, ya es hora de despertarnos […] revistámonos de la armadura del combate a plena luz (Rm 13, 11-14)».
Los cristianos hemos de ser conscientes del tiempo en que vivimos. Somos ciudadanos del mundo, aunque no mundanos. Así como los primeros cristianos se abrieron camino y se multiplicaron en medio de un mundo totalmente pagano, también a nosotros nos corresponde vivir y progresar hoy en una sociedad en gran parte paganizada. Los que creen y practican somos, aunque muchos, una minoría. En las estructuras de poder mandan quienes aprueban leyes contrarias a nuestros principios morales. Se conceden derechos que en realidad no lo son y cuyo eventual ejercicio infringe incluso la ley natural. No podemos dejar que nos engañen y que nos den gato por liebre.
No, no podemos dormirnos. Que no nos pase como aquellos que en tiempos de Noé no fueron capaces de darse cuenta de que vivían una vida aparentemente normal, pero que en realidad era depravada. Después que Noé entró en el arca, les sorprendió el diluvio y perecieron todos. Lo mismo ocurrió con los de Sodoma y Gomorra. Salidos Lot y su familia, los únicos justos, Dios los castigó y todos murieron. Los cristianos hemos de saber discernir a la luz de nuestros principios cual es la verdadera normalidad y vivirla, aunque sea a contrapelo, dando testimonio sin prepotencia, pero con valentía, naturalidad y humildad. Hemos de estar despiertos y vigilantes, dispuestos a luchar para ser fieles, armados con la coraza de la oración y de la fe y estar siempre prevenidos para cuando, el día menos pensado, nos llamen para rendir cuentas.
Para el cristiano la muerte es el final de una corta peregrinación y la llegada a la meta definitiva, para la que se ha preparado día a día, poniendo el alma en las tareas cotidianas, con las que aspira ganar el Cielo. Por eso, para él ese momento no llegará «como un ladrón en la noche» porque cuenta, serenamente, con ese encuentro definitivo con el Señor. No obstante hemos de desear vivir largo tiempo, para rendir mayores servicios a Dios y a los hombres y presentarnos delante del Señor con las manos llenas de buenas obras. Pues Él nos dice que «a todo el que tiene se le dará, pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará (Lc 19-26)». Aprovechemos este tiempo de merecer que todavía nos queda vigilantes, pero también esperanzados, audaces, alegres.