Vivimos un mes de agosto de aúpa. No solo climáticamente, sino informativamente. Hace unos días el atentado islamista contra Salman Rushdie nos ha recordado que los fanáticos nunca soportarán al mundo libre ni aceptarán la opinión no sometida. También las agresiones a las mujeres iraníes han seguido con toda normalidad sin que las bien remuneradas feministas españolas, a veces tan guerreras ellas, hayan dicho una palabra de condena.
Por otra parte, el galimatías energético se va aclarando. Sin embargo. Al fin todos los gobernantes europeos aceptan (excepto la ministra sanchista protectora del menorquín errante) que las llamadas energías limpias (aunque ensucien el paisaje), las ventosas y las solares, no dan ni darán abasto para cubrir nuestras necesidades energéticas básicas. Al menos durante décadas. Ante esa tozuda realidad los países más determinados planifican reforzar el gas y las nucleares. Por pura necesidad. Utopía vs. sentido común. Lo de las energías limpias es una quimera buenista, de momento imposible, que actualmente solo beneficia las inversiones de las clases adineradas para sufrimiento de las capas más populares que es lo que gusta a la pijería económica-política.
En el terreno local hemos sido testigos de varios hechos fantasiosos. El TOC lingüístico ha vuelto a brillar en esta isla a través de dos entretenidas cartas al director. La primera generada por un conocido nacionalista de la isla que se rasgaba las vestiduras casi quejándose de que habiendo ido a visitar el Palau des Comte de Torre Saura, no se le recibiera con el «Rosa d'Abril, Morena de la Serra...» ya que el guía del lugar osó comenzar la visita en su particular lengua enemiga, el castellano. Como eso era insoportable para su sensibilidad radical localista, no paró hasta conseguir doblegar la voluntad del maligno guía y forzarle a explicar el recorrido en su lengua amada. Un logro épico que le hizo levitar. Pero fue una pena, o una suerte, que no escuchara los comentarios de los demás miembros del grupo visitador que le adjetivaron según creyeron.
Otra carta siamesa fue firmada por un tal Joel, de Barcelona, quien se quejaba de que en una visita a Sa Cova de s'Aigu no se hubiese «parlado» en catalán en la proporción que él consideraba adecuada. Y, agudo él, se preguntaba si alguien entendería que en Inglaterra no se hablase inglés, ni en Francia francés por ser ambas sus lenguas nacionales. El señor Joel se olvida que Menorca forma parte de la administración española y que, él también, todos tenemos el deber de conocer nuestra lengua constitucional. Esa que generalmente se usa para los recorridos turísticos comunes porque es entendida por todos. Si él se considera súbdito de otra nación es un problema de difícil solución especialmente cuando esa nación no existe. Las lenguas están para entenderse y no para hacer política y crear polémica. Precisamente por actitudes como la suya es por lo que el hermoso idioma catalán va decayendo. Quienes quieran hablar, escuchar o estudiar catalán que lo hagan con toda libertad pero no se puede imponer a todos, en todos los sitios y en todos los momentos. En lugar de presentar esa lengua como otra hermosa oportunidad cultural la pretenden imponer a la fuerza bruta. Mal camino.
Siguiendo en la vertiente negativa de la vida hay que resaltar el vil sabotaje contra el acto en Barcelona por las víctimas del terrorismo del 17A. Una miseria más de los hiperventilados irrecuperables. Otra: la invitación al golpista Rufián por parte del PSOE des Mercadal es un respaldo al chantaje y a la insumisión. Triste. Muy triste.
En la vertiente positiva de la vida menorquina hay que mencionar la obra de Carlos Mascaró, base del cartel de las fiestas de Mahón. Una obra maravillosa. También el clarificador artículo de Mateo Seguí Díaz de este pasado domingo sobre el significado del ‘menorquinismo'. Perfecto. Enhorabuena. También es gratificador saber que los vecinos de Alcaufar saben donde viven: en el Alcaufar de toda la vida. ¿Cuándo dejaran de tocar las pelotas los terraplanistas de la toponímia?
También en modo local decir que el pasado viernes día 12 leímos en este Diario una curiosa declaración de una militante de la izquierda radical menorquina en el recientemente celebrado Foro de la Isla del Rey donde aprovechó para difundir su dogma de que «la cultura no puede sobrevivir sin el apoyo de las administraciones» al tiempo en que varios asistentes aprovecharon para suspirar melancólicamente.
La opinión de esta activista, que ostenta cargo político, está supeditada naturalmente a su ideología. Ser nacionalista, separatista, feminista, ecologista, estatalista, indigenista, alarmista climática, génerolista, etc… marca. Pero, eso sí, todos esos ‘istas' la convierten en una mujer muy muy ‘fashion'. Una artista.
La cultura, las auténticas obras de arte, nunca han necesitado de muletas administrativas o subvenciones para imponer su categoría. Las subvenciones ayudan a sostener la ficción de que algo es arte cuando normalmente es un bodrio que no se puede mantener por sí mismo porque no atrae el interés suficiente como para despertar admiración, ser rentable o simplemente cumplir con su función de remover el status social. Tutelar y dirigir la cultura es la querencia de los dictadores porque así controlan y/o silencian la disidencia intelectual. Es la famosa ‘repartidora digital' que tan bien conocemos en Menorca. Aceptar una subvención es una manera de incorporarse a la esclavitud. Nadie muerde, después, la mano que le da de comer.
La cultura de la subvención es contraria en esencia a la cultura del esfuerzo. El arte es rebeldía y debe ser rompedor e independiente para ser verdadero y libre. El resto es sumisión.
Notas
1- El pasado martes resbalé y me di un golpe. Contra una puerta. En casa. Por la tarde. Sangre a mogollón. Hospital hasta las 2 de la madrugada. 14 puntos en el cuero cabelludo. Máximo agradecimiento al Dr. de Urgencias Dr. Daniel Buezo Rivero y a todo su equipo que me atendió y cosió. Ara veig que som mal d' escatar.