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Sin encomendarse al Congreso ni a su propio partido ni a su gobierno a trompicones, nuestro presidente ha entregado el Sahara Occidental a Marruecos, una claudicación en toda regla ante el vecino de abajo. La decisión ha provocado grietas en sus filas, los socialistas de las Islas, más sensibles siempre con la causa saharaui y que en tiempos mandaban expediciones institucionales a Tindouf, le han dicho que no están de acuerdo. Yolanda Díaz le    ha acusado de opacidad y el resto de fuerzas que consienten el Gobierno -lo del apoyo es    un mero eufemismo de tajada presupuestaria- también le han echado el alto. Pedro Sánchez se ha quedado solo en el Sahara.                     

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Tienen razón todos, el programa electoral del PSOE, bajo el epígrafe ‘Mediterráneo y Oriente Medio', escrito por el actual ministro de Exteriores dice en la página 285: «Promoveremos la solución del conflicto del Sáhara Occidental a través del cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, que garantizan el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. Para ello, trabajaremos para alcanzar una solución del conflicto que sea justa, definitiva, mutuamente aceptable y respetuosa con el principio de autodeterminación del pueblo saharaui, (…) favoreciendo el diálogo entre Marruecos y el Frente Polisario, con la participación de Mauritania y Argelia».   

Creo que el presidente no está orgulloso, ha dejado que la bomba la tiraran los marroquíes, los mismos que utilizaron munición humana en Ceuta para acojonarle un poquito, y se resiste a dar explicaciones. Nos reímos mucho de la reconquista de Perejil en tiempos de Trillo ministro de Defensa, pero resultó una efectiva persuasión que ha durado hasta que Mohamed VI ha olido debilidad al norte. Las dos ciudades españolas del norte de África deben estar al caer. Y más adelante, Canarias.