El ánimo belicoso nos ha invadido. El nivel de emoción es tan elevado que resulta difícil analizar la guerra en Europa con un mínimo distanciamiento. Los medios transmitimos testimonios que nos remueven las entrañas, quizás más que las conciencias, y que nos despiertan la pasión solidaria, incluso guerrera.
Es evidente que todas las guerras se pierden. A corto y largo plazo. A las víctimas en tierra de Ucrania y al millón largo de refugiados, se añaden los efectos económicos, que también van a provocar un enorme sufrimiento. Esta consecuencia se hace cada día más palpable. Veremos qué pasa con los planes de recuperación de la pandemia.
La proliferación de las armas nucleares, disuasorias, dicen, ya habían ayudado a crear un mundo más inseguro. Algunos líderes lunáticos e irresponsables, elegidos por votación, como en la Alemania de agosto de 1932, se han empeñado en fomentar el negocio de la inseguridad. La agresión de Rusia provoca también una reacción de graves consecuencias, una nueva guerra fría, el incremento del gasto en armamento, la preponderancia de las organizaciones militares, la crisis de las internacionales, como la ONU. Un mundo dividido en bloques, también económicos. ¿Cuál va a ser el papel de China y cómo afectará a su plan de conquista comercial del mundo? China tenía autoridad para parar la guerra en Ucrania y no lo ha hecho.
Nuestra pequeña Isla no es un refugio que nos proteja de lo que pasa alrededor. Las guerras de nuestros hijos no son como las de nuestros abuelos.
¿Qué podemos hacer? Enfriar las pasiones y militar en la solidaridad, en el espíritu crítico, en la reivindicación, en el diálogo y en el voto responsable. Hoy hay demasiada gente que empuja hacia los extremos, que parece que nos exige permanentemente que tomemos partido y lo que da miedo es que al final nos querrán convencer de que hay que tomar las armas contra los enemigos inventados y construidos.