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Habíamos previsto pasar este pasado puente de la Constitución (y de la Inmaculada) en La Cerdaña, pirineo de Lérida, con un grupo de buenos amigos barceloneses. Nos habían invitado a sus casas de un pueblecito de montaña en la carretera de Puigcerdà a La Seu d'Urgell. Pero surgió el infortunio y ocurrió que esos amigos nos llamaron la víspera de la partida para informarnos de que todos ellos tenían que guardar cuarentena por riesgo de haberse contagiado de covid en una cena que celebraron juntos unos días antes. El gozo en un pozo.     

Formo parte de los que somos radicalmente mediterráneos y no estamos demasiado inclinados a pisar la nieve; de hecho la única montaña que soporto realmente es nuestro Monte Toro, quizás porque, que uno recuerde, desde el lejano 1956 (s'any de sa neu) nuestro Himalaya menorquín no ha sido cubierto por ninguna otra gran y auténtica nevada. Pero en esta ocasión uno sí estaba dispuesto a pisar el tapiz blanco porque me ilusionaba pasar unos días con estos agradables y amables amigos. Tendremos que esperar a una nueva fecha.   

Pero teníamos los billetes y disponíamos de unos días libres por lo que nos plantamos en mi querida Barcelona, de la que siempre recuerdo su esplendor al final del franquismo. La misma noche del viernes 3 la suerte regresó y pudimos reservar en uno de esos hoteles convenientes donde la estancia es un placer. Ubicado a pocos metros del coqueto museo egipcio de la calle Valencia, está cerca del Majestic donde en su día se firmó el famoso Pacto de los Enanos, aquel que cedió las competencias nacionales de Educación a la Generalitat lo que impulsó la actual desigualdad entre españoles (¡Thank you Mr. Ansar!). Lo comprobamos una vez más estos días en Canet de Mar, lugar que ha pasado de ser la base de festivales de rock alternativo en los setenta a ser hoy un antro de talibanes fanatizados. Un lugar donde incluso han propuesto apedrear a la familia de un niño por osar romper la uniformidad reaccionaria vigente. ¿Y por qué no incinerarlos directamente? Ja qu'hi som…Una muestra más de la decadencia de la región. Ahí es nada, pasar de ser centro de música libertaria a ser centro de reclusión totalitaria. Pobre Cataluña.

El hotel en cuestión muestra obras de arte en sus dependencias y en todas sus habitaciones y goza de una terraza en una azotea muy emblemática en la ciudad que fue el lugar donde me reuní en alguna ocasión con fundadores de Ciudadanos durante el poco tiempo en que la política me ilusionó.

Planificar el descanso para mí es tasar y jerarquizar el dormir, leer y comer. Y así comencé a leer el libro del mahonés Manolo Prado «Summertime Blues» (Ediciones Algaida) cuyas primeras páginas demuestran un hermoso amor por el rock and roll de los orígenes que comparto. Iré viendo cómo se desarrolla su trama.

También estuve leyendo el ya inevitable libro de Cayetana Álvarez de Toledo (CAT) «Políticamente indeseable» cuyos primeros capítulos son demoledores y muestran la altura intelectual y política de su autora. Repetiré lo escrito en mi anterior artículo de la semana pasada: «Los auténticos patriotas del PP son los que critican al poder establecido de su partido, a ese enjambre de intereses y sueldos asegurados que son su cáncer. Porque no se trata solo de ocupar el poder (y conseguir suculentos sueldos) sino que hay que saber utilizarlo para dar la batalla cultural y cambiar el mainstream reinante». Sí, criticar es apostar por mejorar. Y Cayetana lo hace. Y cómo.

El libro es una obra apabullante en honestidad, independencia, valentía, clase, elegancia, determinación y convicciones ‘inquebrantables'. Muestra a una liberal en estado puro y a un animal político de primera fila luchando contra los molinos de viento de la reacción nacionalista y los complejos que la permiten. Maravillosa y luminosa obra, y muy actual. Por cierto, no encontré    el libro en Mahón pero lo pude comprar en el aeropuerto de Barcelona.   

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Pero prosigamos con estas minis vacaciones. Barcelona sigue siendo cuna de buena cocina aunque en los últimos tiempos se nota una cierta depreciación. Hay fatiga de materiales. Las cartas de los locales se han reducido en muchos casos y algunos platos muestran una cierta decadencia de calidades. Las causas tendrán que ver con el resultado de la nefasta gestión de una alcaldesa populista que poluciona todo lo que toca al obstaculizar que los turistas vuelvan a la ciudad para permitir una correcta rotación de stocks de alimentos en las cocinas. Aún así, y a pesar de contabilizar algunas decepciones notables, hay que seguir alabando los garbanzos con gambas del Belvedere, la sopa de pescado del Set Portes, las creaciones del Coure, las acertadas raciones    de Casa Varela (Plaza Molina), de la taberna gallega La Panele    (c /Pau Clarís), etc.   

Y debo confesar que esos días paseamos mucho de ‘braceti'. Algunos lo confundirán con alguna de esas tonterías de género pero no, ‘anar de braceti' no es ningún signo de sumisión de la mujer al hombre sino que caminar con tu pareja con los brazos entrelazados es una preciosa proclamación del ‘puedes contar siempre conmigo', una demostración de solidaridad entre dos personas humanas que están comprometidas.

Las autonomías se diseñaron inicialmente con la idea de ser una organización territorial solidaria, un sistema de apoyo mutuo entre iguales, pero algunos las han convertido en símbolos de la deslealtad más rechazable donde el egoísmo es el principio de acción que muta en xenofobia hacia el vecino. ¡Qué bonito pasear por Barcelona ‘de braceti' con el resto de España!

Notas:

1- Algunos ven la rueda de prensa de después de los Consejos de Ministros con el sonido apagado porque lo más interesante es contemplar a la bonita Ministra que siempre está de rodríguez. Aunque debería sonreír más.

2- Varios menorquines han quedado atrapados en aeropuertos europeos al no disponer de los certificados SpTH. Se bajan en Google. Ojo.

3- Tanto promocionar la festa més gran del món… Ya está irremediablemente masificada. Y ahora    el feminismo acabará con la tradición. Buena o mala, pero tradición.