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Celebramos el lunes -quienes celebramos esas cosas- el aniversario de la Constitución, las reglas de juego que nos dimos para la convivencia en democracia con un sólido equipaje de derechos y libertades. Expresión de consenso político, es también el símbolo de una transición que permitió pasar de la oscuridad a la luz en unos años y alcanzar poco tiempo después una velocidad de crucero que nada tiene que envidiar de nuestros vecinos europeos.             

Sí, pero se ha quedado antigua, hay que actualizarla, dicen quienes se han criado a su amparo. También lo pensamos quienes hemos vivido con ella desde nuestra tierna juventud. Adolece de errores y hasta, como alguna vez he comentado, contradicciones que paradójicamente la hacen inconstitucional como eso de dar preeminencia al hombre sobre la    mujer en la sucesión a la Corona, artículo 57, cuando en el 14 apunta que todos somos iguales sin discriminación por razón de sexo.

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Es una cuestión técnica que no preocupa al legislador, no se manda el coche al chapista por un simple arañazo. El problema es que la reforma requiere un ambiente político propicio y unos dirigentes capaces. El contexto actual no reúne tales condiciones. Quienes han protagonizado el mayor desafío a la ruptura de esas reglas de juego forman parte hoy del sostén del Gobierno, lo que Amando de Miguel define como la trimurti de socialistas, comunistas y separatistas.         

Son los mismos partidos cuyos grupos parlamentarios acaban de firmar una petición a la presidenta del Congreso de los Diputados para que los periodistas no hagan preguntas impertinentes a sus señorías en las ruedas de prensa. Eso es justamente lo que pasaba antes de la Constitución. Los ramalazos totalitarios que se observan en la trimurti más prometen un regreso a lo que la Constitución nos permitió felizmente superar.