Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha planteado esta semana si hay que aplicar la vacunación obligatoria en todos los países europeos. Lo ha dicho como opinión personal. Invita a abrir el debate. Su comparencia es la constatación de que el viejo continente está más viejo de lo que uno podía imaginar. A estas alturas, ¿todavía hay que abrir un debate? Es una prueba más de la incapacidad de las administraciones de anticiparse a la expansión del virus. Siempre a remolque de la realidad.
Europa es un caos. Cada país hace su guerra. No hay medidas ni criterios unitarios para luchar contra el virus y asegurar las vidas y la economía. Mientras Austria obliga a vacunarse y países como Grecia exigen el pasaporte covid en cualquier sitio, en España se mantiene la dependencia de unas autorizaciones de los tribunales superiores de justicia que dictan resoluciones contradictorias. Además el Gobierno y las Comunidades Autónomas se pasan la pelota para que las medidas restrictivas las tome el otro. Por eso se va pasito a pasito, a ritmo de reguetón, en lugar de atajar un problema grave con una mayor eficacia.
Hace pocas semanas, nos las prometíamos felices. Después de un verano intenso y positivo para la economía, tras alcanzar un 82 % de vacunación en Menorca, que es superior si se tiene en cuenta el efecto de los falsos residentes, todo indicaba que estábamos en el camino de salida. ¿Quién podía pensar que hoy habría 10 pacientes con covid en el hospital, cinco de ellos en la UCI, una incidencia de 500 casos por 100.000 habitantes y confinados casi 800 alumnos de 31 aulas? Y que una variante, que pasó por Bélgica, primero, pero que ha servido para castigar a Sudáfrica, haya provocado una alarma incomprensible?
Ahora deberíamos estar en la fase de convivir con el virus y sin embargo le hemos dado otra vez al botón del pánico. ¿Alguien intuye cómo acaba la película?