Todo el mundo tiene razón aunque casi nadie se entiende y menos se comprende. Pedro Sánchez no supo ver que su «nueva» normalidad tardaría en llegar mucho más de lo que pensaba. Sus «expertos» debían estar incomunicados. Pablo Iglesias dice que no tenemos «plena» normalidad, democrática, y no le falta razón, un pequeño ejemplo es que hay un matrimonio con carteras (llenas) en el Consejo de Ministros, algo que los ex antisistema renovadores de la democracia deberían hacerse mirar.
Es evidente que es difícil entenderse con tanto ruido. Hay gente de la calle, sin taras ideológicas graves, preocupada por el incremento de la tensión social. Se nota de forma permanente, no solo el cansancio por los efectos de la covid, sino la agresividad en el trato. La manifestación de 200 personas en Menorca por la libertad del rapero Hasél es un ejemplo de ello. Un principio noble, como la defensa de la libertad de expresión, tropieza con las restricciones sanitarias y acaba con sanciones a seis manifestantes. Además, el caso Hasél, ha alentado hasta el extremo el enfrentamiento por las ideas. Estamos arrasando el huerto común de la convivencia.
Hasél, al que no tengo el disgusto de conocer, no solo es un maleducado presumido, sino que insulta y amenaza con sus letras y twits, que canta que hay que poner bombas como etarras y que hay que decapitar a los de derechas y a los socialdemócratas. Por el bien de la democracia quizás no debería estar en la cárcel pero sí llevar a cabo por sentencia una larga serie de trabajos en beneficio de la comunidad, como por ejemplo pintar de blanco los muros exteriores de una casa cuartel de la Guardia Civil, de esos agentes que cobran una miseria por el plus de insularidad.
Creo que la libertad de expresión no hay que reivindicarla para uno mismo, sino para los demás. Para respetarla hay que reconocerla en quienes opinan todo lo contrario de lo que nosotros pensamos. ¿No se defiende así la democracia?