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La semana pasa volando para los que tenemos hijos, vamos a la carrera, a ritmo de extraescolares. Llegas al colegio a la hora de la salida, y en un pim-pam los recoges, saludando desde la distancia social o más lejos a las amistades, hablando en voz alta, pues nos hemos vuelto «sordos de boca», detrás de la mascarilla.

Extraescolares que se suman con las tareas que les mandan en el colegio, más tus proyectos personales. Adrenalina para cuadrar y estar a la altura de los acontecimientos. Que aprendan una poesía de memoria, o los números del 1 al 10 es casi tan responsabilidad de ellos como tuya. Cuando la maestra te dice que la lectura, o los números deben mejorar te lo tomas como que te están evaluando a ti, ya que tus hijos, hijas son carne de tu carne, sangre de tu sangre.

Lo mismo pasa con las extraescolares, te lo tomas como algo personal pero con diferentes matices. Apuntas a tus hijos con la idea romántica de volver a revivir ese momento de cuando eras pequeña. Siempre condicionado con las aptitudes de la niña o el niño, reforzando su autoestima, desarrollando otras partes de su cerebro, la artística, la física. Sacarlos de su zona de confort y que practiquen actividades que dan alas de volar, y que dan hambre. No hay suficiente con llevarles un plátano, y algo de chocolate. Ellos y ellas estarían todo el rato encaramados a la nevera, a la despensa o viviendo en un supermercado.

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Alucino lo que come la chavalería. Son incansables. No sé si porque mitigan de alguna manera su ansiedad en ciertos momentos, o aplacan su energía comiendo, o porque realmente tienen un hambre voraz. O una mezcla de las tres. Y es que esas meriendas también los padres, y madres solemos caer en la tentación, o porque nos apetece o porque no queremos que sobre y vamos detrás recogiendo migas.

La cuestión que pasa volando la semana entre extraescolares, tareas escolares, y meriendas que compartimos con nuestros hijos. La historia no se repite a la inversa. Eso lo tienen claro. Tus tareas como adulto son tuyas, tus hobbies son tuyos, y tus comidas son tuyas. No saben ni nada.

Los adultos cuando tenemos hijos sobredimensionamos nuestro día y cuando llega la noche o el fin de la semana también sobredimensionados el descansar.

Me pasa a veces el mono de abstinencia que cuando no están necesito de su merienda, de sus extraescolares para ir con ‘el turbo' todo el día, y sus tareas porque si no parece que me falta algo. ¿No os pasa?