El cable rojo va con el enchufe verde, y el azul lo hace con el amarillo. Es de primero de carrera de McGyver. Ya, ahora nos parece todo muy lógico, pero que sepas que tenemos 200 millones de euros de chatarra espacial perdida allá en lo alto por, lo que parece, un error humano ligado a un problema de cables. Es la trepidante –y breve- historia del satélite «Ingenio», un ambicioso proyecto español que se ha pasado de trepidante, de ambicioso y, sobre todo, de breve. Más corto, de hecho, que un chiste de Jaimito.
Hace unas semanas los expertos en la materia de España lanzaron el cacharro en cuestión para investigar. El problema es que a los ocho minutos de despegar la máquina perdió el rumbo fijado y todo se fue al carajo. Siendo español, imagino que además del problema de los cables, se hizo la ciberpicha un ciberlío. «En la rotonda, tome usted la quinta salida dirección al Sol», imagino que dijo esa voz sensual que escupe el GPS y que, en no pocas ocasiones, supone el preludio de muchas pérdidas. De ruta, de calma y de papeles. Odioso aparato.
Ahora que tenemos a un astronauta como ministro, nos hemos venido arriba y decidimos invertir 200 millones en un cachivache al que le revisamos todos los aspectos y le pusimos todas las actualizaciones excepto la de la navegación. Con lo que nos cuesta encontrar una calle sin preguntar y nos ponemos en plan explorador. La empresa que construyó ya ha pedido perdón por el insignificante fallo humano que ha soplado de las arcas públicas las 200 millones de razones que ahora campan a sus anchas sin problema de aparcamiento.
Coñas aparte, la investigación espacial me apasiona. Por ejemplo, por el montón de cosas que nos quedan por descubrir como por ejemplo el final del espacio. No sé si has visto la película «El show de Truman» cuando harto de su vida el protagonista toma un velero y marcha mar adentro hasta que ¡plaf!, fa tope amb sa paret.
Llevamos un tiempo buscando vida inteligente en el espacio y a lo mejor no la hemos encontrado porque es demasiado inteligente. ¿Has tenido alguna vez unos vecinos molestos? Esos que hacen demasiado ruido, que no tienen modales y que ensucian una cosa bárbara. Pues nosotros somos esos vecinos para la vida inteligente de allá fuera.
No sé tú, pero yo cuando he tenido vecinos así he preferido que no me vieran, esconderme y esperar a que pase la desagradable posibilidad de coincidir en un ascensor, o en otro planeta. Estoy convencido de que hay vida inteligente allá fuera, demasiado inteligente de hecho. Ellos sí saben tomar una quinta salida en una rotonda sin que el disgusto les cueste 200 millones de euros. Aunque a nosotros se nos dé mejor contar chistes y burlarnos de nuestros propios errores.