La muerte de Ruth Bader Ginsburg ha sido como una explosión que ha resonado en todos los Estados Unidos. Una mujer admirada y respetada por todos los progresistas del país, un ejemplo para las mujeres luchadoras y una gran profesional del Derecho. Hacía tiempo que sufría cáncer pancreático pero ni durante su enfermedad dejó su puesto en el Tribunal Supremo de Estados Unidos.
Para darse uno cuenta del cariño y respeto que tenía entre los ciudadanos, basta mirar a las escaleras del Tribunal Supremo, todas cubiertas de recuerdos a su memoria que la gente en forma continua y espontánea ha ido depositando.
Ruth Bader nació en 1933, hija de un emigrante judío, fue una estudiante brillante de Derecho, siendo el número uno de su promoción. No tuvo una vida fácil y en aquellos tiempos el encontrar trabajo como abogada no era labor simple. Como ella misma explicó, para lograr empleo en aquel momento tenía tres cosas en su contra: era judía, era mujer y era madre. Pero no por ello se rindió.
En los años que trabajó de abogada, lo hizo apoyando muchas de las peticiones de ACLU, la organización de libertades civiles de Estados Unidos. Fueron una serie de casos destinados a demoler poco a poco las barreras de discriminación tanto raciales como de genero. Consiguiendo que finalmente se desmontaran esas limitaciones.
Los éxitos que tuvo en esta serie de batallas legales indujeron al presidente Carter el nombrarla miembro del Tribunal de Apelaciones de Washington DC. Así empezó su carrera judicial que culminó con su nombramiento en 1993 al Tribunal Supremo por el presidente Clinton.
Su labor en el Tribunal Supremo ha sido brillante. Son numerosas las resoluciones que ha redactado en favor de igualdad de derechos. Un caso en particular fue muy significativo cuando en 1996 dicto la obligación de admitir mujeres en el Instituto Militar de Virginia, terminando con una tradición de 157 de solo admitir varones en esta escuela. Esta decisión abrió el camino a la apertura a mujeres de muchas instituciones similares.
La muerte de Ruth Bader no solo a causado dolor por su pérdida, sino que también a levantado una tormenta política ligada al nombramiento de su sucesor en el Tribunal Supremo. En enero de 2016 murió el juez Scalia y Obama empezó la búsqueda de su sucesor. Pero el presidente del Senado, el republicano Mitch McConnell, anunció desde el principio que no reuniría al Senado para la aprobación del sucesor que nombrara Obama ya que era año electoral y el nombramiento correspondía al próximo presidente. Eso era nueve meses antes de las elecciones.
Ahora estamos a menos de mes y medio de las próximas elecciones, pero el mismo Mitch McConnell ya anunciado que reuniría lo más pronto posible el Senado para confirmar al candidato que presentará el presidente Trump antes de las elecciones. A la vez Trump ya ha anunciado que ha empezado la búsqueda de candidatos.
Es curioso, siempre oímos hablar de la independencia judicial en las democracias, pero a la hora de la verdad los partidos políticos hacen toda clase de jugadas para controlar los jueces que se nombran. Es el juego que también viene haciendo Pablo Casado en España. En nuestro caso es para evitar la renovación de los jueces del Supremo y así seguirán dominando los jueces conservadores, lo que es importante en este momento con todos los juicios pendientes de miembros del PP.
En el caso de Estados Unidos no es tanto el temor a que se sustituya Ruth Bader por un juez conservador, es que se va a sustituir por un juez trumpista y eso es mucho peor. Trump ya ha nombrado a dos de los nueve jueces del Supremo. Esta situación a elevado más aun la temperatura de una campaña electoral muy compleja.
Pero lo peor es que hemos perdido a una gran mujer, fisicamente menuda pero con estatura de gigante en su defensa de los derechos civiles y de la igualdad de genero.
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