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El planeta está lleno de idiotas. Y de idiotos, claro. La tontuna y el delirio que nos ha cogido ahora por derribar y profanar estatuas con más pasión que criterio es una evidencia más de que no estamos tan lejos en el escalón evolutivo de los animales. Actuamos más con furor que razón e importándonos un pepino pararnos a pensar si lo que hacemos tiene lógica, sentido o propósito. Alguien se carga una estatua, lo cuelga en la red social de turno, se vuelve viral y nos volvemos idiotas. Más idiotas, claro.

El populismo con tufo nos ha hecho creer que derribar símbolos de otras épocas nos permitirá limpiar el pasado, como si ninguna de las atrocidades ocurridas hubiese pasado, cuando en realidad está condenando el futuro. En mi opinión, negar el pasado e intentarlo borrar es aplanar el camino del futuro para que cualquier barbaridad vuelva a ocurrir.

No hay que loar ni a dictadores, ni esclavistas, ni asesinos con vocación política, claro, pero tampoco podemos ser tan cortos de pensar que los mismos ojos pueden entender igual cada momento de la historia. Un asesinato es un asesinato, vil y deleznable. Pero en otros aspectos, se debe tener en cuenta el contexto que acompaña ese momento histórico.

Lo mismo pasa con los muertos por lacovid-19. No hay que ser tan idiota como para negar a más de 20.000 muertos tachándolos como no oficiales. España, y sus gobernantes, deben respirar hondo y no querer maquillar tenebrosamente unos datos que se deben conocer. Negar o esconder que el virus ha matado a más de 45.000 personas es negar la ferocidad de una enfermedad que volverá en forma de rebrote en un momento u otro. Hay que saber cuántas vidas ha sesgado para actuar con responsabilidad y eficiencia en el futuro.

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Transformar la gestión de los decesos en una comparsa puede que apacigüe la conciencia a alguien, pero es un precio demasiado caro a pagar por todos aquellos que ni queremos morir, ni queremos que nos olviden.

Insisto, olvidarse del pasado es condenar al futuro. Y escupir en la magnífica labor hecha por el personal sanitario –que no todos sus gestores- y deshonrar la memoria de tantos que han fallecido o se han visto expuestos tras emplearse a fondo en la primera línea de la batalla.

Porque, además, también seremos idiotas si pensamos que ya podemos volver a la normalidad y comportarnos como si no hubiese pasado nada. Y para muestras, el preocupante botón que nos quedó en Ciutadella el otro día. Olvidar el pasado y no aprender de él es condenar el futuro. Tiempo al tiempo.

dgelabertpetrus@gmail.com