Hoy se cumplen 50 días del estado de alarma. Han sido más de siete semanas en que todos los días no «han sido domingo». Han sido 1.200 horas en que los ciudadanos hemos renunciado por obligación y responsabilidad a la libertad y a algunos de nuestros derechos fundamentales. Quizás mucha gente no valora que la libertad es un ingrediente esencial del estado del bienestar. Ir al supermercado no nos hace más libres.
Ayer, por fin, la gente volvió a la calle, también con responsabilidad. Alegraba ver a esos mayores de 70 años pisando la calle, para, a la hora bruja de las doce del mediodía, dar paso a los menores de 14. La libertad por turnos.
Creo que las exigencias de la cuarentena+10 han sido excesivas. No me refiero al cierre del aeropuerto y los puertos, necesario para prevenir los contagios. Las medidas generales nos han perjudicado y lo siguen haciendo en una isla cada día más segura. La responsabilidad que hemos demostrado no ha provocado una reacción positiva de las administraciones, parapetadas detrás de las normas y los decretos, de los criterios de los técnicos, y temerosos de un rebrote de la epidemia. Más preocupados en eso que en poner las medios para prevenirlo.
La vigilancia policial e incluso vecinal, de esos vecinos chivatos que cámara en ristre están a la caza del infractor, nos ha sometido a situaciones insólitas. Las padres no pueden salir juntos con sus hijos. Nadie puede utilizar los espacios comunes o la piscina comunitaria. No han podido ir solos al huerto o a la barca. Te han separado de la naturaleza, con muchos menorquines con el síndrome de abstinencia. El último decreto del Gobierno debería servir para anular casi todas las multas que se han impuesto a ciudadanos alarmados.
La desescalada tendría que responder a la realidad local. En Menorca merecemos más libertad y medios para sentirnos seguros y permitir que la economía se recupere. A la espera estamos.