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Raimundo, don Raimundo, es un jubilado solitario. Tal vez porque siempre dice verdad. Vivió una posguerra de pobreza y fue alquilado a los doce años. Cosa de necesidad. La escuela fue un breve paréntesis que él, sin embargo, elevó a los altares. A falta de lápiz y pupitre, le dio por leer cuanto caía en sus prematuramente encallecidas manos de niño sajado. Y se mudó en lo que hoy da en llamarse «autodidacta». Extremadamente culto e inteligente, el anciano tiene una visión pesimista sobre el ser humano. Únicamente sobre él… Esas virtudes (perdonen el uso del término) lo han alejado de sus compañeros de banco de plaza pública, más interesados por once tíos que, cada domingo, corren en calzoncillos detrás de una pelota a la que suelen denominar «esférico» o en si, en la última partida de truc, ese compadre hubo o no de tirar determinada carta…

Hoy, Raimundo ha descubierto una frase de Albert Schweitzer: «Vivimos en una época peligrosa. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo». Y, al leerla, asiente con su cabecita. Esa que, en insufrible paráfrasis, alguien calificaría de «bien amueblada»Pero el jubilado no únicamente la descifra, sino que la paladea y se dice otra vez para sus adentros aquello que viene diciéndose para sí mismo desde que Hiroshima se mudara en noticia… «La raza humana está verdaderamente loca»

Don Raimundo sabe que, rara vez, la cultura conduce al optimismo. Y, solo en sueños, a la salvación. Como sabe, también, que cuando se afirma en el día de hoy que la energía nuclear no podría todavía acabar con el planeta os olvidáis de que la radiación viaja y se expande y llega hasta los más recónditos lugares del mundo… Diez mil bombas están ahí y un señor con un tupé amarillo y un botón –dicen- de color rojo… Mientras, en Corea del Norte las pruebas subterráneas se suceden y en…

Don Raimundo observa, ahora, las palomas que, fieles, acuden a él, por querencia y sustento. Y, en voz baja, exclama que «ellas no lo harían». Raimundo sostiene, sí, que el hombre es el más estúpido de los animales, al ser el único que pone en jaque su propio ecosistema sin tener pieza de recambio. Y tú, cuando lo ves y te lo comenta, le das la razón. «¡Natural!» –le espetas, convencido-.

El jubilado observa el sol y la vegetación de diseño de la plaza. Con frecuencia lleva bajo el brazo «S.O.S.» de Delibes (título con el que se dio a conocer su discurso de entrada en la R.A.E. en forma de libro) y su «Parábola del náufrago». Son su Biblia –comenta-. En ambas, el vallisoletano efectúa – ya en 1975- una seria advertencia sobre un falaz progreso que ha inmolado la naturaleza a la técnica, al dinero y al poder y sobre una sociedad que ha dado la espalda a su entorno. No en vano, en su «Parábola…» la naturaleza, y en bellísima alegoría, harta de ser ultrajada por el hombre, se alza en manifiesta hostilidad contra él…

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Mientras, cerca, sus excompañeros, en un sórdido bar, discuten… «Lo de X fue penalti, un penalti de manual» –señala uno de ellos-.

Raimundo, entretanto, se preocupa por lo que dejaréis a vuestros nietos y biznietos. Probablemente huracanes más peligrosos que azotarán con mayor voracidad a los más pobres; cambios en los ecosistemas; osos desnutridos desprovistos de salmón; desaparición de especies animales; aumento en el nivel del mar; derretimiento de los glaciares; olas de calor… Eso que se ha dado en llamar cambio climático y que niega el señor del tupé amarillo…

¿Y ante todo ello qué hace el hombre? Corroborar el viejo aserto de que «la indiferencia es el peor mal que puede afectar al ser humano». La indiferencia y –añade don Raimundo- la imbecilidad e inconsciencia…

¿Y los políticos?

Don Raimundo recita, entonces, amargamente sarcástico, la frase de Einstein: «El destino más elevado del ser humano es servir más que gobernar». Y, luego, a disgusto, deja que una lágrima rebelde resbale por su rostro cuarteado bajo la luz de un sol que, aún, no mata…