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De las últimas elecciones generales, seguramente Pablo Iglesias ha sacado conclusiones, para el caso más bien penosas conclusiones, porqué habrá comprobado los volátiles, cuando no volubles que son los votos. Para el caso parecen señalar que su ocaso político como líder de Podemos podría haberse iniciado con la parecida fuerza cómo empezó. Conviene recordar que principió con una juventud que estaba muy dejada por partes de los partidos tradicionales, más atentos a su propia supervivencia que a señalar el secular abandono al que estaban sometidos.

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Por eso aquella bocanada de aire fresco que tuvo su epicentro en la Puerta del Sol, sorprendió tanto que dejó descolocados a los líderes cansados de ser líderes, incapaces de afrontar una situación que su propia dejadez había generado, siendo el abono que hizo surgir con fuerza una nueva manera de ver y de hacer política. Pero tras aquella ilusionante situación afloraba la bisoñez, demasiado personalismo que amenazaba con convertirlos en la casta que criticaban. Ante la creación de una nueva fuerza política para el caso emergente que ya ocupaba muchos escaños en el Parlamento, no pueden aparecer las luchas internas, la jerarquía del picotazo, el cainismo político, que las más de las veces asombra a quiénes creen que están ante un modernismo en lo que en puridad no es otra cosa que un trampantojo, un espejismo. Señor Iglesias, acuérdese usted de UPyD y Rosa Díez y aunque le quede algo más lejos a UCD. Lo verdaderamente difícil no es llegar si no mantenerse y para eso me temo que no están ustedes preparados.