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Con el mundo real no tenemos bastante. Por eso, soñamos y fantaseamos sobre un mundo mejor, a la medida de nuestros deseos o necesidades. Hay sueños loables que nos ayudan a progresar. Incluso podemos soñar despiertos. Tener alucinaciones o ver espejismos es más chungo. Soñar es bueno y necesario porque nos libera de la oprimente o frustrante realidad. El problema es que los sueños pueden derivar en pesadillas, de las cuales intentamos despertar y no siempre lo conseguimos. Las técnicas de manipulación de masas han avanzado mucho gracias a la publicidad y el marketing. La manipulación es hoy más sofisticada que nunca. Se puede convencer a millones de cualquier bajanada o simpleza. La propaganda te lava el cerebro y lo deja listo para planchar. Preferimos que nos tomen el pelo a que nos pidan sacrificios. La inseguridad, el resentimiento y el miedo son los motores que llevan a todos los males. La base de muchos timos radica en esa tendencia humana de dejarse llevar por lo fácil y milagroso, propia del pensamiento mágico.

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Cuando las ensoñaciones y fantasías chocan contra los otros, no todos llevan airbag y quedan restos de traumas antiguos que se resisten a desaparecer. Regresan viejos fantasmas que habitan en todas las pesadillas. Se apoderan de nuestras vidas cuando los alimentamos con miedo, inseguridad y resentimiento. Actualmente proliferan adueñándose de nuestra sociedad decadente. Están en su salsa.